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«Lógica» o el nuevo horizonte de percepción de los hombres. El encuentro del hijo de Dios con el Padre  2033. Hemos repetido y revisado los análisis del camino a la iniciación, del camino hacia el reino de Dios, y de lo que el reino de Dios es, y dónde se encuentra, de modo que más o menos podamos cumplir las condiciones para ser capaces de poder seguir teóricamente a un ser iniciado, un Cristo o un redentor del mundo a través del «santo de los santos» del reino de Dios. Ya conocemos el atrio. Era el extremadamente hermoso mundo físico con sus veranos luminosos con días soleados, profusión de flores y canto de pájaros, etc., etc. También era en este atrio donde Dios modelaba al «hombre perfecto a su imagen». Aquí purificaba Dios a los seres de sus tendencias animales y desarrollaba en ellos las tendencias humanas, que revelan en todo sentimiento intelectualizado, que es lo mismo que amor al prójimo, y los hacía «sacerdotes» que tenían acceso al santo de los santos del templo de la vida. Pero en el atrio, la ciencia de la vida o el espíritu santo sólo podía mostrarse en forma de resultados de la vida o dogmas no intelectualizados que creaban una base instintiva para la fe en Dios y una correspondiente idea, igualmente no intelectual, sobre la justicia que, poco a poco, tenía que ceder el paso a una incipiente evolución del intelectualismo en el hombre. Esta evolución del intelectualismo dio lugar a la creación de una facultad de percepción totalmente nueva, por medio de la cual el hombre adquirió un correspondiente horizonte de percepción nuevo que, a su vez, le dio la posibilidad de avistar un mundo nuevo. Este mundo nuevo se muestra con el concepto «lógica», es decir, un mundo en el que cualquier detalle del misterio de la vida está totalmente aclarado y se muestra como un eslabón imprescindible de la transformación por Dios de los seres vivos en «el hombre a imagen de Dios». Desde aquí, todo se ve como una culminación de amor. Aquí, en este santo de los santos del templo de la vida, la Divinidad abraza a su hijo eterno. Y con la profusión luminosa de su rostro lo inicia ahora en la verdad eterna: «Todo es muy bueno». Y a través de todo el universo vibra la voz del Padre todopoderoso al hijo: «Yo estoy en ti, y tú estás en mí. En nuestra fusión somos el señor de la vida. La aureola luminosa de nuestro espíritu es la culminación del amor universal. Nuestra huella es el tiempo, el espacio y la eternidad.»


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