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El revelador de la verdad, «el espíritu santo»  1987. Todos los investigadores del espíritu, que adquieren y practican la verdadera ciencia del espíritu o los análisis eternos de la imagen del universo como hechos visibles por medio de la luz de la inteligencia, y hacen de este conocimiento el fundamento de su modo de ser cotidiano, viven en «el revelador de la verdad, el espíritu santo», que ha sido anunciado por Cristo como el salvador del mundo, o están animados por él. Este «revelador de la verdad, el espíritu santo» es, justamente, el supremo conocimiento de la vida o existencia. Pero, en la época de Cristo, este conocimiento no podía ser aceptado plenamente, dado que en anteriores épocas evolutivas de la humanidad sólo se podían recibir las grandes verdades o el conocimiento supremo fundamentalmente con el sentimiento, no con la inteligencia. Como consecuencia de esto, no se exigía ninguna explicación intelectual de los hechos eternos, sino que se vivía plenamente confiado con fe ciega en las autoridades. Cuando los profetas o alguien, que la gente creía que tenía este conocimiento, enseñaban unas ideas determinadas como moral, esto era suficiente. Se aceptaba la forma dada como moral y se seguía, aunque intelectualmente no se comprendiera. Es por esto que Jesús tuvo que anunciar «el revelador de la verdad, el espíritu santo» como la redención del mundo del tiempo futuro, dado que sabía que los hombres de este tiempo tendrían la facultad de poder comprender intelectualmente los análisis de la verdad eterna y, por consiguiente, ya no podrían ser satisfechos emocionalmente con la fe ciega en las autoridades. Para tales seres las autoridades no significan nada, lo que lo significa todo es, al contrario, la verdad eterna expresada o revelada en análisis racionales. Desean la verdad como conocimiento y no como fe. Y estos son los seres que hoy son receptivos para los hechos científicos de la verdad eterna y practicarán la redención del mundo del siglo veinte de una manera intelectualmente pura y práctica que se denomina «amor al prójimo». Estos seres son, por lo tanto, los verdaderos sacerdotes de la vida real. El espíritu santo o ciencia del espíritu, el modo de ser a semejanza de Dios, es para ellos lo que todo lo conquista, lo más primordial, lo más importante en su conciencia diurna despierta.


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