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El principio de la reencarnación se convierte en un hecho práctico  1966. Donde el ciclo del año aparece con sus estaciones, llenas de ricos contrastes las unas frente a las otras, crea una mayor culminación de luz y una correspondiente mayor culminación de oscuridad. Con su estado de invierno, que aquí no es únicamente un estado de día de veinticuatro horas, sino que constituye, al contrario, una época de muchos días a lo largo de los cuales el mortífero frío del invierno, en el peor de los casos, elimina todas las condiciones para el despliegue de vida física externa de la planta, surge un estado en el cual toda la frágil vida externa de la planta verdaderamente «muere». Y aquí vemos la primera incipiente forma de «muerte» física. Vemos cómo el follaje se seca, cae del árbol o de la planta y se descompone o deshace. El árbol está entonces con su tronco y sus ramas desnudas, aparentemente «muertas». La conciencia diurna de la planta en la zona física está, de este modo, ausente. En este estado no puede percibir vagamente ni placer ni malestar. En este estado, su vida despierta está totalmente en la zona espiritual. Pero, gracias al principio del ciclo, viene la primavera vivificante y a continuación el verano con sol, luz y calor. Y por medio de esta vida que Dios insufla, las fuerzas de las raíces, el tronco y las ramas del árbol medio muerto comienzan a desplegarse. La encarnación de nueva vida comienza a revelarse en forma de nuevos brotes, nuevas hojas, nuevos capullos. Flores y frutos se convierten poco a poco en el resultado. ¿Y qué es lo que aquí hemos visto? Hemos visto todo el principio de la reencarnación revelarse para nosotros de modo evidente como un hecho puramente práctico, accesible al cien por cien para los sentidos físicos, sin hacer uso de una conciencia cósmica superior. Hemos visto un árbol en pleno florecimiento y con frutos y hojas, que en un momento determinado cayeron del árbol para ir al encuentro de una muerte o disolución, del mismo modo que hemos visto que la vida se encarna de nuevo en su tronco y sus ramas desnudas. Hemos presenciado que la vida externa del yo de la planta cambia de una forma de falta de vida a vida y, de nuevo, a falta de vida y así continuando. Hemos visto que en cada ciclo del año una parte de su vida tiene que encarnarse en nuevas partes de organismo, nuevos brotes, hojas y tallos, nuevas flores y nuevos frutos que, de nuevo, tienen que morir, secarse y dirigirse hacia su descomposición, exactamente igual que los organismos físicos de los animales y los hombres. La única diferencia es que mientras en el ser planta este reemplazo de materia física sólo es parcial, en el animal y el hombre es, al contrario, total. Aquí lo que se pierde o lo que tiene que reemplazarse es todo el organismo físico. Pero esto no cambia el principio. Sólo muestra que este principio está mucho más desarrollado en los animales y los hombres y ha alcanzado su culminación, mientras en el ser planta sólo está en su comienzo.


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