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Si los impulsos del pensamiento no se organizasen, no se podría crear conciencia  1951. Si estos impulsos no se organizasen, sino que fueran desencadenados de manera totalmente casual y ciega, no podrían, como ya hemos dicho, constituir pensamientos, es decir, manifestaciones de los deseos, anhelos o aspiraciones del yo por medio de un lenguaje muy detallado, tal como ahora es el caso en el hombre normalmente desarrollado. Estos impulsos serían manifestaciones ciegas, casuales y banales y podrían compararse con los sonidos ininteligibles e inarticulados que profiere un niño pequeño, que no conoce nada del lenguaje. Del mismo modo que un lenguaje son impulsos de sonido organizados, los pensamientos son impulsos organizados del pensamiento. Como la materia espiritual obedece casi sin obstáculos los impulsos del pensamiento y, por lo tanto, estos impulsos no encuentran ninguna especial resistencia que tenga que ser vencida por el individuo, éste no puede aquí aprender a organizar los impulsos de su pensamiento, en otras palabras, en el mundo espiritual no podría jamás aprender a formar estos impulsos, de modo que pudieran ser una manifestación de los deseos del yo y de su satisfacción de estos deseos, del mismo modo que el mismo yo tampoco podría nunca experimentar dolor y sufrimiento físico en una materia que no opusiera resistencia a los impulsos del pensamiento. Por consiguiente, nunca podría estar en condiciones de hacer la experiencia del lado nocturno de la vida o de la oscuridad mental, sin la cual la luz mental o espiritual no puede ponerse de relieve y, por lo tanto, tampoco puede experimentarse. Lo que no puede ponerse de relieve no puede hacerse visible. Y lo que no puede hacerse visible no puede percibirse ni experimentarse. Si los seres no experimentasen la resistencia de la materia física, no se podría, en realidad, crear ningún mundo de pensamientos. Pero, como el mundo de pensamientos del ser es lo mismo que su conciencia, el ser no sería jamás capaz de poder crear conciencia y, de este modo, no podría experimentar la vida, si no tuviera posibilidad de dejar que sus impulsos espirituales actuasen sobre materias que oponen resistencia a los impulsos.


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