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(1591-1938) 
 
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El fuego supremo es el espíritu de Dios sobre las aguas  1938. El fuego supremo es, de este modo, el fundamento divino y primario o principal de la vida tras todos los seres vivos, tras todas las formas de manifestación, creación y experimentación y, con ello, tras todo el universo o cosmos. Determina todos los ciclos, regulando así toda la luz y la oscuridad. Este fuego ilumina y calienta tanto en la microalma como en la macroalma. Brilla y resplandece a través de todos los ojos y vibra en cada frase. Es el núcleo de cada pensamiento y cada acción. Es la quietud del silencio blanco del invierno, y es, así mismo, el inmenso sinfín de flores del verano. Decide cada color, cada fragancia, cada tamaño. Dirige la daga en la mano del asesino y clava las manos y pies del hijo de Dios a la cruz. Resuena a través del estruendo del trueno y deslumbra a través del destello del rayo. Es el suave murmullo del arroyo en la silenciosa soledad del bosque, y así mismo la colosal fuerza del oleaje contra las rocas de duro granito. Es la seguridad del niño pequeño junto al pecho de su madre y es el calor del fuego en la mirada del joven hacia su joven amada. Es la vida en el semen del hombre y el primer movimiento del pequeño feto en el vientre de la madre. Brilla en el resplandor del sol mañanero y centellea en el arrebol vespertino de la puesta de sol. Es la voluntad de Dios que lo decide todo. Sin el fuego supremo ninguna conciencia, ningún organismo, ninguna creación, ninguna experiencia, ningún universo, ninguna vida. Sólo una «nada» eterna y, con ella, una muerte eterna tendría que existir donde ahora una vida eterna centellea y alumbra. El fuego supremo es el resplandor del rostro de Dios visible en todo y todos. Es el espíritu eterno sobre las aguas.


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