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(1591-1938) 
 
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La fusión de los dos centros sexuales y la transformación sexual del ser de animal en hombre  1935. Con respecto a los dos polos, el polo ordinario, es decir, el masculino en el hombre y el femenino en la mujer, se activa en un centro que se encuentra en los órganos sexuales. El polo latente o contrario, es decir, el masculino en la mujer y el femenino en el hombre tiene su centro de activación en los órganos del cerebro. En el hombre terreno normal, estos dos centros todavía están totalmente separados. Pero a medida que tiene lugar la evolución, y el polo contrario crece, crece una línea de unión, una especie de nervio psíquico principal entre los dos centros, que comienza como una ramificación luminosa de ambos centros, es decir, del cerebro y de los centros sexuales en la zona de la médula espinal. Estas dos ramificaciones van creciendo hasta que un día se encuentran y se ponen inmediatamente en contacto. Esto significa, a su vez, que además en el mismo instante surge un contacto total entre el centro sexual del cerebro y el centro sexual del apareamiento o de la simpatía. El ser adquiere conciencia diurna total de su polo contrario que ahora es, precisamente, cubierto por el centro sexual para la simpatía. Entonces surge en el ser simpatía o amor hacia su propio sexo, pero este amor no tiene nada que ver con el matrimonio. Es más, esta nueva simpatía difiere, incluso, de la simpatía sexual anterior, que era una movilización de energía para el apareamiento y, con ello, para el deseo de propiedad sobre otro ser que conocemos como «enamoramiento», en el hecho de ser amor verdadero. Esto significa, a su vez, que se trata de un despliegue de energía que no pretende de ningún modo poseer ni ser dueño de nadie ni de nada, sino que sólo siente una inmensa sensación de placer sirviendo a todo y a todos en contacto con las leyes divinas. El objeto con que se llega a la culminación del amor ya no es un semejante bajo la condición de hombre o mujer, sino lo humano u «hombre verdadero» en el otro. El ser se percibe uno con todo y todos, es decir, uno con Dios. Se tiene el mismo sentimiento que Cristo tenía cuando dijo: «yo y el Padre somos uno». Ahora todo se ha incorporado a la disposición para la simpatía, todo son llamas del fuego supremo. Y sólo entonces el hombre terreno se ha convertido en el hombre verdadero. Con este fuego culmina el cumplimiento de la ley del amor y el consiguiente mantenimiento del propio universo.


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