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(1591-1938) 
 
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En la esfera de la verdadera sexualidad humana o de la bipolaridad  1902. Entonces la estructura sexual del hombre-J habrá alcanzado una perfección tal, que su especial vida sexual también podrá encontrar un clímax culminante en un acto íntimo, apropiado con otro hombre-J. Pero este clímax sexual, íntimo es totalmente otro que el acto íntimo, sexual, animal entre un ser de sexo masculino y un ser de sexo femenino. Es en sumo grado desinteresado o de naturaleza contraria y no exige ninguna vida común, ningún matrimonio ni otra organización del derecho de propiedad sobre la vida y comportamiento de la pareja sexual, tal como sucede con el despliegue de la sexualidad unipolar. Mientras el acto sexual animal se basa, en mayor o menor grado, en enamoramiento, una especie de simpatía egoísta movilizada o reforzada, es decir, en una simpatía que exige una simpatía o correspondencia similar, en el acto sexual humano no se produce ningún enamoramiento ni simpatía egoísta. Este acto es una bendición divina, un acto de amor culminante e inspirador entre dos seres que orgánicamente han sido construidos para poder únicamente llegar a la culminación del altruismo o a vivir sólo para servir. Este estado es el que animaba al redentor del mundo cuando dijo: «...y el que quiera ser entre vosotros el primero, ha de ser vuestro esclavo, al modo que el hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida para rescate de muchos». Aquí no hay ningún deseo de propiedad, ningún deseo egoísta de vida en común con la pareja sexual. Aquí las funciones orgánicas sólo pueden manifestarse dando, originando felicidad, bienestar, inspiración y alegría para dicha pareja sin ningún tipo de exigencia ni privación de libertad con respecto a ningún otro ser. Tras cada acto sexual así, con su clímax, entre dos hombres-J o seres cósmicamente nacidos, estos hombres sexualmente soberanos y libres pueden, fortalecidos, felices y alegres, dirigirse a nuevas hermosas experiencias e inspiraciones fecundadoras en un contacto sexual con nuevas parejas, y así sucesivamente. En la esfera del hombre perfecto sólo hay un amor culminante. En la esfera de la sexualidad bipolar culmina el fuego supremo. Aquí todos tienen que amar a todos. Como la procreación física se ha eliminado de la sexualidad humana, no podrá surgir ningún temor de «consecuencias» en forma de fecundación, tal como es el caso en miles y miles de relaciones sexuales entre los hombres y mujeres terrenos. Como en relación con el acto sexual «humano» no existe el matrimonio, tampoco pueden producirse matrimonios desdichados, infidelidad, ni falta de cumplimiento mutuo. Como la atracción sexual puramente orgánica de los seres se basa en una orientación sexual hacia todos los seres de su propia especie, y esto es mutuo, y no existe ningún sexo especial que sea rival, tampoco pueden surgir los celos. Mientras el principio básico de la sexualidad animal, unipolar es que un ser sólo puede darse a un ser determinado de una naturaleza sexual contraria, el principio básico de la sexualidad puramente «humana» o bipolar será que todos se den a todos. Esto crea, por su parte, el sentimiento del hábito de que, por medio de esta gran culminación orgánica de amor dominante, todos tienen libremente acceso sexual a todos. Aquí sólo puede alojarse la alegría y la felicidad. Aquí hay el verdadero reino de los cielos. Aquí todos aman a su prójimo como a sí mismo. Aquí la cercanía del Padre eterno se revela en toda carne y sangre. El hombre terreno se ha convertido en la obra de arte viva, en el modelo acabado de la Divinidad. Aquí brilla y resplandece la claridad, sabiduría, bendición, paz y alegría cósmica de su espíritu, que todo lo abarca, sobre todo y todos en los terrenos físicos de la humanidad terrena. En verdad, no existe un objeto más hermoso de admiración, amor culminante, simpatía sexual o atracción del fuego supremo que nuestro prójimo revelado como hijo de Dios. Sólo a través de nuestro propio amor a este hijo de Dios adquirimos conciencia de nuestro parentesco con Dios. Y sólo a través de nuestra relación de amor culminante o nuestro matrimonio cósmico con cada prójimo nos convertimos en uno con el Padre.


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