Lee y busca en El Tercer Testamento
   Apdo.:  
(1591-1938) 
 
Búsqueda avanzada
   

 

La transformación natural de los polos es absolutamente el único camino a la gran iniciación orgánica o «el gran nacimiento» y no tiene de ninguna manera que temerse  1874. Un hombre o una mujer cuya moral y ética es más fuerte que su apetito sexual no tiene que temer de ninguna manera que su venidera zona de transformación sexual vaya a ser una esfera de desdicha, aparte de los dolores normales que siempre acompañan el nacimiento de una nueva época. Todos tienen, naturalmente, que pasar por la transformación sexual. Nadie puede seguir siendo un ser masculino o femenino. El principio eterno de la experimentación se mantiene, claro está, en virtud de la transformación eternamente cambiante. La iniciación orgánica natural, no la artificial o técnica que puede ser efectuada por hombres, no puede de ninguna manera ser alcanzada por un ser unipolar. La psique natural de un ser así estimula la antipatía y los celos hacia su propio sexo. Un ser verdaderamente iniciado por la propia naturaleza no puede ser un individuo cuya estructura orgánica sólo está hecha para originar una simpatía egoísta hacia un sexo muy particular, y antipatía y celos hacia el resto de semejantes, hacia el denominado «propio sexo». Tiene que tratarse de un ser cuya estructura sexual es un fundamento orgánico para originar una simpatía y un amor que no está determinado por el sexo. El amor no puede seguir siendo tan elemental, que sólo sea un estimulante para la reproducción corporal de los seres. Un amor tan limitado o el denominado «enamoramiento» sólo puede ser el paraíso animal. El paraíso celestial no puede basarse en enamoramiento. Sólo puede basarse en verdadero amor universal. Pero el amor universal sólo puede ser producido por una estructura orgánica que no refrene la simpatía hacia los seres del propio sexo. Para que el amor universal pueda manifestarse de una manera verdaderamente fundamental, el estado de sexo masculino y el estado de sexo femenino tienen que igualarse. El polo masculino de la mujer tiene que tener la misma capacidad que su polo femenino, del mismo modo que el polo femenino del hombre tiene que tener la misma capacidad que su polo masculino, de manera que los seres puedan ser idénticos. Ambas partes estarán entonces provistas de conciencia diurna tanto en el principio masculino como en el femenino, que tendrán con un despliegue armonioso, de modo que puedan tener contacto sexual con cualquiera. Aquí no hay ninguna estructura previa de sexo masculino o sexo femenino manifestándose de manera especialmente separada que sea necesaria o condicionante. Aquí el amor no es un acto de reproducción corporal, sino una experiencia llena de afecto en la que las partes se vuelcan la una en el alma de la otra con lo más íntimo de su vida, pensamiento y alma. Aquí la felicidad y la prestación del amor no están condicionadas por la particularidad de un sexo, por parentesco, razones de raza o posición social, sino que son exclusivamente un proceso divino de reconocimiento y fusión del parentesco divino mutuo.


Comentarios pueden mandarse al Martinus-Institut.
Información de errores y faltas y problemas técnicos puede mandarse a webmaster.