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(1591-1938) 
 
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La puesta de sol matrimonial del ser unipolar y el sentido posterior de la vida  1863. Aquí la naturaleza ha puesto, por consiguiente, una barrera a la continuación del matrimonio. Como el hombre afeminado sólo puede verdaderamente enamorarse del hombre masculino o con rasgos muy masculinos, y éste, por su manera de ser, es imposible que se enamore de otro ser que la mujer normal, no hay, como ya hemos dicho, ninguna posibilidad de crear felicidad en este matrimonio o vida en común artificial que hemos descrito. Nunca se basará en otra cosa que en una relación portadora de desdicha, distorsionada que finalmente, en el peor de los casos, puede llevar a la parte enamorada al hastío de vivir y al suicidio después de que ésta haya sido totalmente abrumada por el tormento de los celos, de las murmuraciones de otras personas, las habladurías, el desprecio y la burla, dejando aparte el terrible costo económico, con una economía en ruina que una vida en común así ha llevado consigo o le ha costado a la parte femenina. Estas tendencias de la vida en común son originadas, de este modo, por los estados del polo normal, todavía no vividos pero inhibidos, y normalmente sólo son propias de la vida en común entre los seres de sexo masculino y sexo femenino perfecto y no entre dos miembros de una pareja a los que les es imposible manifestar el cumplimiento mutuo o la satisfacción, portadora de felicidad, de las exigencias sexuales que es la piedra angular o pilar de la propia vida. A esto tenemos, naturalmente, que añadir que la mujer masculina u hombruna experimenta las mismas molestias en la vida en común. Que esta vida entre estos seres sólo pueda mantenerse en virtud de la resignación o la renuncia, además de una especial benevolencia de una o de ambas partes, no hace que esta relación sea natural. Sigue siendo no natural y, por lo tanto, de modo correspondiente poco feliz, tal como en los matrimonios desdichados entre los hombres y mujeres degenerados, o que se están alejando de la cualidades de su especie, pero todavía manifestándose como seres de sexo masculino y de sexo femenino. En realidad, esto sólo es una continuación del estado en degeneración o agonizante de la vida matrimonial en común, que se muestra en la zona de los matrimonios desdichados. Es el crepúsculo que se extiende donde el sol sexual o carnal del hombre verdaderamente masculino y de la mujer verdaderamente femenina se ha puesto tras el horizonte matrimonial. La noche del ciclo matrimonial está cercana. El derecho de propiedad sexual, animal sobre el fuego supremo (el principio sexual) en el prójimo no es el objetivo o sentido final de la vida. Este fuego no seguirá siendo sólo una fuerza propulsora retenida, en forma de un proceso de reproducción muy dominante, sino que está a punto de convertirse en una inmensa fuente de calor, luz y bienestar mental o en el amor absoluto que se irradia de individuo a individuo sin monopolización y reservas, como una única y resplandeciente inspiración originada por las caricias mutuas entre todo y todos. Entonces el hombre se ha convertido en «la imagen de Dios» y, con ello, en habitante de la esfera de la humanidad que constituye «el reino de los cielos».


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