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(1591-1938) 
 
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Si la rueda del destino del ser vivo pudiera detenerse totalmente  1844. Sin esta realidad de las leyes cósmicas de la dirección del universo, la imagen materialista del universo de la humanidad terrena, «la casualidad» sería un verdadero horror. ¿Cómo va esta humanidad a seguir avanzando en cultura y evolución, en alegría y deseos de vivir con este moderno culto a «la casualidad» o esta imagen sin vida del universo? ¿De qué sirve la inteligencia o lógica del microbio, cuando este microbio sólo es una mota de polvo mortal bajo el pesado pie de elefante, de miles de toneladas, del universo? ¿Cómo va a poder mantener su posición ante este dios ciego y muerto, el ídolo en su forma más pura, que sólo es idéntico a este factor sin vida, «la casualidad»? ¿Qué significa una mota de polvo en medio de esta impetuosa marea? ¿Cómo puede esperar algo humano o amoroso de este océano de casualidades? ¿De qué sirve que los hombres, las motas de polvo del océano de casualidades hablen de la creación de una paz luminosa en el mundo, de una futura época dorada y feliz, donde se habrá suprimido la guerra de todos contra todos, cuando todas estas motas de polvo se encuentran en una nave que, a ciegas, está a merced de las casualidades y al momento siguiente quizá termina chocando con otro planeta, o el Sol explota quizá repentinamente y aniquila toda la vida dentro de su propia zona? ¿De qué sirve estar felizmente casado, tener una buena economía, tener una posición estimada y admirada en la sociedad, cuando las llamas devoradoras, devastadoras y mortíferas de la casualidad cada día se relamen alrededor del propio organismo, alrededor de la existencia de los seres queridos y en la fracción de un segundo pueden aniquilar totalmente tanto a ellos como a uno mismo o convertirnos en inválidos con gran congoja? La casualidad está al acecho en la silla en que se está sentado, en el tren, en el automóvil, el barco o el avión que se utiliza. La casualidad acecha tras nuestra respiración, tras cada inspiración y espiración, tras cada uno de nuestros movimientos y puede hacernos tropezar y hacernos caer en una miseria mortal. La casualidad acecha tanto en el palacio del rey como en la choza del pobre. Esta pata de plomo de elefante del universo acecha por todas partes al microbio, a la mota de polvo. ¿Puede el futuro de la humanidad terrena construirse y enterrarse en la creencia en esta culminación de la desesperación, este vacío de la vida, en este culto a las casualidades, en este dios sin vida engendrador de muerte e invalidez o caos de las fuerzas? ¿Pueden la vida o el universo, de mejor manera que a través de esta oscuridad sin esperanza que aquí hemos indicado, mostrar el gran error de la humanidad, su conciencia cósmica restringida, latente o muerta, su culto o adoración a la muerte en vez de a la vida? ¿Se puede llegar pronto a comprender que la técnica y la química, las bombas atómicas, la guerra, el asesinato y la mutilación no pueden de ninguna manera eliminar al enemigo mortal de la humanidad o este jurar fidelidad a las casualidades que la mantiene atada al valle de lágrimas y al proletariado de la discordia, el sufrimiento y el dolor? ¿Cuánto tiempo se seguirá rindiendo homenaje a este gran dios imaginario, muerto, a esta superstición, que clama al cielo, de que la casualidad es la causa, el soberano, el constructor y destructor de la vida?


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