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(1591-1938) 
 
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La imagen del universo de la zona de la muerte  1838. Con esto hemos tratado la misión del fuego supremo en la oscuridad. Hemos visto cómo la Providencia mediante este fuego, a través de la especial situación de la relación mutua de los dos polos en cada uno de los seres vivos, ha podido hacer avanzar a estos seres hacia un estado en el que pudieran ser uno con la materia, uno con la ignorancia y, con ello, uno con el estado de conciencia reducido o latente, en la mentalidad del individuo, que constituye la muerte imaginaria, la ilusión o superstición que se manifiesta como una negación de todo el mundo psíquico o espiritual y, con ello, es una negación de la Divinidad, la Providencia o el Padre eterno. Y con esta negación, el ser vivo es un individuo que no conoce a su Padre. Por consiguiente, tiene que creer sobre sí mismo que es un hijo, un resultado de una simple casualidad. Pero un ser que opina ser él mismo un hijo o un producto de la casualidad, y con un destino que, así mismo, está sujeto a la casualidad, y cuyo resultado final o efecto sólo es una probable muerte, desintegración o destrucción, que además sólo puede ser una casualidad, sólo es, en realidad, una caña mecida por el viento, una mota de polvo a merced del menor soplo de viento, el despedazamiento de un microbio bajo el peso de elefante de las fuerzas de la naturaleza. Es comprensible que la Biblia haya dado a este ser el nombre de «el hijo pródigo». Que además haya calificado el estado mental de este ser como «la muerte», como «el infierno», como «la oscuridad» también es totalmente evidente. ¿Puede una experimentación de la vida ser más desalentadora, destructora y creadora de desesperación y ser más aniquiladora de todo el humanitarismo que, precisamente, una imagen del universo así, sin vida, fría, olvidada de Dios? Que este estado mental o psíquico tenía que convertirse en la mismísima culminación del domino del principio mortífero se muestra aquí como algo al cien por cien lógico. ¿Cómo puede haber moral humana en una esfera cuya más alta fuerza y ley creadora es dirigida o desencadenada por la pura casualidad? ¿Cómo pueden la lógica, el humanitarismo o amor al prójimo y la moral, a la que dan lugar, ser fuerzas ideales en el universo, cuando sólo se encuentran en el microbio bajo las patas del elefante? Cuando la fuerza dirigente del universo sólo es una simple casualidad, el cielo es casualidad, La Tierra, la Luna, los planetas, los soles y las galaxias son casualidad, los continentes, los mares, las montañas, las rocas y las cuevas son casualidad, los ciclones, las tormentas, el rayo y el trueno, el fuego, el agua, el aire y la electricidad, en fin, todo lo que llamamos naturaleza es casualidad, el universo en el que vivimos sólo constituye como principio la pata de un elefante, una fuerza gigantesca cuyos millones y millones de toneladas descansan de manera aplastante sobre los seres que en relación con ello se muestran como microbios y que llamamos plantas, animales y hombres. Imaginen, ¡qué imagen del universo! E imaginen qué grado de delirio de grandeza hay cuando el hombre terreno o el más prominente de estos microbios, bajo el gigantesco peso sin alma, opresivo y aplastante del universo, pretende ser la vida más elevada, el único ser racional de la existencia. Esto es una imagen extraña del universo y un estado psíquico extraño. ¿No creen que lo que sucede es que el microbio es demasiado pequeño e insignificante para abarcar con la vista la situación?


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