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(1591-1938) 
 
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El acto de apareamiento de los seres unipolares o el fuego supremo en la esfera de la oscuridad es el espíritu eterno de Dios sobre las aguas  1835. Con estas categorías del hombre terreno, hemos avanzado tanto en nuestros análisis del estadio evolutivo humano terreno, que hemos llegado al fin del camino con respecto al talento de apareamiento o matrimonio del hombre terreno. En las tres categorías nombradas existe el matrimonio o el estado unipolar de los hombres. En «el hombre-A» vemos este estado en su forma más perfecta, y en las dos categorías siguientes vemos como degenera. «El hombre-B y C», representan, por consiguiente, los últimos estadios del matrimonio. En los seres de los siguientes estadios, el matrimonio está tan degenerado que, cuando se realice, será un engaño y un fracaso inevitable. Por lo tanto, antes de abandonar la zona de este principio divino y continuar con los análisis de las siguientes categorías, vamos a detenernos un poco en la sensación especial de la culminación de este principio, el propio acto de apareamiento. Este acto ha sido la fundamental fuente de luz, el móvil y la causa de todo lo que sostiene toda esta época del ciclo de la espiral que tiene que calificarse como zona de la noche y del invierno de la vida que, a su vez, es la zona de muerte en la experimentación de la vida. Una experiencia mayor de luz o sensación de bienaventuranza en esta zona oscura, que la vivencia del ser de sexo masculino y femenino de unirse en «una carne» por medio del acto de apareamiento, no existe. Donde la religión, la superstición y la manera no científica de comprender la moral todavía no han creado inhibiciones o degeneración, esta vivencia es la culminación de la experimentación de la vida. Es el sueño de la vida de la juventud, es la fuente de luz fundamental de la edad adulta y el más hermoso recuerdo de la vejez. Ha estimulado el desarrollo del cerebro, ha creado talentos para la voluntad, el valor y la conquista del poder, ha creado hombres y mujeres de acero, los ha equipado con una robusta hermosura corporal, una inteligencia superior y un comportamiento físico. Ha llevado los principios que soportan un reino, los oscuros contrastes, absolutamente condicionantes de vida, de un ciclo de espiral hacia la culminación y el florecimiento, ha creado el paraíso en medio de la zona de muerte, ha sido la voz de Dios en un reino lleno de demonios y diablos. Ha sido un aislado rayo de luz del amor o del reino de los cielos en medio del infierno o esferas del odio. Ha sido la mano de Dios que ha llevado a través de los abismos, las catástrofes, las tormentas y los campos de batalla del universo, es más, ha sido la presencia latente de la propia vida eterna en el dominio de la muerte. Es la sensación no consciente del ser vivo de la cercanía de Dios en carne y sangre. En verdad, la unión de los dos seres sexuales contrarios en una carne en la bienaventuranza del verdadero amor sensual es el espíritu eterno de Dios sobre las aguas. En medio de la culminación del principio mortífero, en medio del infierno o cataclismo del hombre terreno, de sus guerras, asesinatos y procesos de mutilación, en medio de una vida con un terreno en que la falta de amor casi es total, en medio de la zona invernal más fría y la noche más oscura del ciclo, el acto de apareamiento existe, de este modo, como la llama eterna del fuego supremo o de la vida. Incluso aquí, enterrado en el condensado hielo y la condensada oscuridad, puede irradiar suficiente bienaventuranza, luz y calor para el ser, el eterno hijo de Dios, de modo que con esta fuerza pueda abrirse camino fuera de la oscuridad, avanzando y ascendiendo hacia las más altas cimas de la vida, hacia la esfera de la inmortalidad, la omnipotencia, el infinito y la eternidad, hacia la culminación de la vida, hacia el apogeo del verano o mediodía del ciclo de la espiral y aquí convertirse en uno con el Padre eterno.
      El acto de apareamiento de los seres vivos en la fría zona del invierno o de la noche es, por consiguiente, un fuego, o fuerza superior, a través del cual se realiza y revela cada creación, cada experimentación de la vida. Es la mano modeladora o creadora de Dios en la esfera de la oscuridad, es el ángel de la luz que estimula de manera fundamental en cada Getsemaní, y es en su ser más íntimo el propio amor. Es, precisamente, por esto que la Divinidad puede, por medio de su estructura orgánica en forma de la constelación de los polos, disminuir o aumentar las vivencias de las esferas de la vida que constituyen las estaciones del año o diversas épocas con sus contrastes que, a su vez, son una condición para la propia experimentación de la vida. Por medio de la constelación de los polos de la estructura del organismo del individuo, la Divinidad eterna regula así la experiencia de luz y oscuridad, la experiencia de vida y muerte, la experiencia de espacio y tiempo de su hijo eterno y crea, con ello, la percepción o experiencia del contrario al espacio y al tiempo, a la oscuridad y la luz, a la vida y la muerte que la Divinidad y el hijo de Dios son en sí mismos. Sin la creación de esta percepción, ni la Divinidad ni el hijo de Dios podrían experimentar su propio ser, que todo lo eclipsa y todo lo domina, fuera del espacio y el tiempo, fuera de la muerte y la destrucción, fuera de la luz y la oscuridad y, con ello, la experimentación de su propia identidad como «el algo eternamente imperecedero, omnipotente, vivo».


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