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«El deseo-A»  1817. «El deseo-A» se da a conocer por un sentimiento excesivo o con gran actividad en forma de un hambre o deseo de poder congraciarse, de todos los modos posibles, con el ser de sexo contrario que es el objeto del enamoramiento. En esta situación el ser hará lo que sea por la persona amada. En el mejor de los casos está dispuesto a arriesgar su vida por la persona en cuestión, está dispuesto a enfrentarse tanto con la miseria, como con el hambre y la desdicha, la humillación, el desprecio y la burla. Si es necesario, está dispuesto a abandonar condición y posición para estar en contacto con la persona elegida. Ante los ojos y la imaginación de la persona enamorada, esta persona elegida o amada es, de este modo, la suprema luz de la vida. Mediante la embriaguez de este enamoramiento, la persona amada es, en realidad, el representante de la Divinidad misma. Cualquier otra relación con el Padre eterno sólo puede palidecer junto a la inmensa luz, que todo lo abarca, que esta persona elegida constituye para la persona enamorada, mientras dura el enamoramiento. En sus primeros estadios, este enamoramiento es tan santo que la persona enamorada casi no se atreve a acercarse al ser amado. Todavía no hay ni siquiera ninguna necesidad sexual. Tan modesta y humilde es la actitud de la persona enamorada ante la divinidad de la persona amada, y la atmósfera o luz de esta persona es tan penetrante, que un pequeño rayo de luz, una palabra amistosa, una mirada afectuosa es por el momento suficiente para darle a la persona enamorada una saciedad o satisfacción total, aunque, naturalmente, no se puede evitar que surja el sueño de un posterior contacto físico todavía más íntimo.


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