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(1591-1938) 
 
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La vida actual de los hombres terrenos sólo es, en gran medida, un amaestramiento y una libertad imaginaria mantenidos por mentiras propagandísticas  1812. En su análisis más profundo, amor verdadero y la consiguiente paz absoluta y cultura humana no son una cuestión de dinero, una cuestión de castigo ni una cuestión de medios de subsistencia. No son una cuestión de política ni religión, no son una cuestión de dictadura o poder de un rey. Tampoco se trata de una cuestión de armas, ejército y flota, divisas, aduanas u otros de los usuales fenómenos materiales, todos ellos, sin ninguna excepción, decretos dictados y observados únicamente por temor al castigo. Pero una civilización que sólo puede mantenerse en virtud del temor de los seres al castigo sólo es un amaestramiento con el que los seres son degradados al estadio de los animales, y su presunto estado soberano o nación sólo puede, de este modo, compararse a una casa de fieras o un circo donde los seres sólo poseen una libertad imaginaria, mantenida en virtud de una propaganda autorizada que está muy lejos de la verdad real. Pero un estadio inmaduro y evolutivamente inacabado tiene que caracterizarse por esto, y no se puede culpar a ningún ser concreto. ¿Quién puede cambiar la ley que condiciona el estadio ácido de la manzana antes de su estadio maduro, dulce y sabroso? Por consiguiente, los hombres terrenos tienen que comprender su propia situación, su propio estadio cósmico en el ciclo. Ya no pueden seguir evitando acomodar su ciencia a estas circunstancias y hacer del amor al prójimo o las disposiciones para la simpatía del ser vivo un objeto de su estudio. Hace tiempo que la humanidad terrena ha entrado en una época en la que de la mañana a la tarde, de la noche al día, año tras año, generación tras generación, siglo tras siglo vive en gran medida un hambre de amor mortífera y sofocante en la vida cotidiana, en el matrimonio, en la vida de familia, en los puestos de trabajo y tanto en la religiosidad como en la política. En todas partes hay todavía una lucha constante, casi invencible, cuando se trata de que es mejor dar que tomar, de que es mejor dar la mejilla derecha cuando uno es azotado en la izquierda, en vez de defenderse con la misma brutalidad o violencia; y cuando se trata de que es mejor ser «un hombre de verdad», ser alguien que verdaderamente devuelve odio e ira que ser un verdadero hombre humano civilizado u hombre de paz, que desde el punto de vista cósmico es inmune al odio, la ira y la amargura. ¿No son, precisamente, todos estos fenómenos poco civilizados no dominados el fundamento en el que se apoya la discordia, la guerra o el día de juicio final?


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