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(1591-1938) 
 
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Cómo la lucha por el oro se convierte en una siembra y cosecha de destino desdichado para quien lucha  1811. Como la paz mundial y la consiguiente liberación de la oscuridad física, que ensombrece y domina la vida de los hombres terrenos, es exclusivamente un asunto de simpatía o amor al prójimo, esta simpatía o amor al prójimo es mucho más valiosa que el oro. Y, sin embargo, los hombres terrenos luchan desesperadamente por el oro, porque creen que poseerlo es la felicidad, la alegría y el bienestar. Por esto, las distintas poblaciones o pueblos, que denominamos naciones, tienen de manera permanente ejércitos y flotas. Por esto, crean inmensas fábricas de armas y enormes construcciones para la defensa, plantas de energía nuclear, etc., enormes laboratorios con cientos de científicos y trabajadores con el único objetivo de encontrar medios de destrucción todavía mejores para combatir a «los enemigos», en parte para conservar el oro (los bienes materiales de la Tierra), que se han conquistado, y en parte para adquirir el derecho de propiedad sobre el oro que «los enemigos» han estado en condiciones de conquistar. Pero como «los enemigos» son el prójimo, y el prójimo de uno son otros seres, y los otros seres son la vida, toda falta de amor, toda lucha contra otros seres será lo mismo que una lucha contra la propia vida. Pero como ningún ser puede aislarse de la vida, sino que está indisolublemente ligado a ésta con su propia vida, está así íntima e indisolublemente conectado con otros seres, depende de ellos y crea conjuntamente con la vida de éstos el elemento que es la residencia, las experiencias y el destino del yo. La mentalidad o psique de cada individuo concreto, sus pensamientos, voluntad y activación de deseos es una gota en un océano. Este océano es, por consiguiente, la vida. Que esta vida sea un infierno o un reino de los cielos, que dé lugar a un destino oscuro o luminoso para el individuo dependerá de su propio esfuerzo oscuro o luminoso en esta vida. Sólo puede, naturalmente, experimentar esta vida por medio de su propio esfuerzo. Aislado de esta vida no puede experimentar nada en absoluto y, por lo tanto, tampoco puede crearse destino. El destino es, de este modo, totalmente idéntico a su propio esfuerzo y a su interacción con los demás seres, con su prójimo. Como se puede ver, el modo de ser cotidiano es una semilla que se siembra, y cuya cosecha es un componente de lo que se experimenta en la próxima vida y sin el cual no se puede existir. Se haga lo que se haga, se viva como se viva, la vida cotidiana es un intercambio armonioso con nuestro alrededor y los diversos seres vivos que se encuentran allí. Estos seres son, de este modo, algo de nuestra propia vida, en realidad son, como hemos dicho, gotas del mismo océano, del mismo elemento. Por consiguiente, no pueden evitar ser algo de nuestra experiencia. El bienestar de todo lo que nos rodea y el de los otros seres es, por lo tanto, una parte correspondiente de nuestro propio bienestar o destino. Las palabras eternas: «Como el hombre siembre, así cosechará» se convierten aquí en realidad.


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