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(1591-1938) 
 
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Los hombres terrenos son seres inacabados por lo que se refiere a aparecer a «imagen de Dios»  1787. El hombre a «imagen de Dios» no es un ser que sólo puede manejar un organismo mamífero. No es un ser construido orgánicamente para poder amar al sexo contrario y, de este modo, ser un rival innato para los seres de su propio sexo. No es un ser sometido a la ley que condiciona que tenga que matar para vivir. «La imagen de Dios» no puede ser nadie que quiera más bien tomar que dar, que más bien quiera ser servido antes que servir. «La imagen de Dios» no puede ser nadie que sea un esclavo de los celos, de la envidia y la codicia, del deseo de poder o de la sensación de propiedad sobre seres y cosas. «La imagen de Dios» tiene que ser la culminación de la cualidad más grande de la vida, poderse dar uno al cien por cien para la felicidad y bienestar de otros. Si «el Algo» supremo del universo o la conciencia o psique del «Yo» no fuera así, ¿cómo creen entonces ustedes que el tono fundamental del universo podría ser amor culminante? Todo en la naturaleza ha sido creado exclusivamente para servir y no para ser servido. Aquí debemos, naturalmente, excluir el servicio en forma de protección que cada ser tiene que tener en su nacimiento y crecimiento, hasta que haya alcanzado él mismo la edad del discernimiento. Pero todos los fenómenos sólo están calculados para ser en su madurez un regalo a la vida de la vida y convierten en un hecho que el tono fundamental del universo es «amor universal». Cuando el hombre terreno contiene tantas manifestaciones que divergen del amor en su esfera de vida física y mental, es un hecho que uno está aquí ante algo inacabado.


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