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(1591-1938) 
 
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Porqué la moral sexual transmitida se ha desbordado y ya no es observada por la mayoría  1786. También vemos las grandes oscilaciones con respecto a la presuntamente línea «normal» de la sexualidad y, por consiguiente, percibida como «moral». En su religión y su concepto de la moral, los hombres terrenos han establecido un estado sexual determinando que consideran natural e inalterable, y del que es preferible no desviarse ni una sola pulgada. Por lo tanto, entre el hombre y la mujer no puede tener lugar ningún coito ni la menor manifestación del instinto de apareamiento fuera del matrimonio bendecido por un sacerdote y exclusivamente con el propósito de tener descendencia, del mismo modo que el divorcio tampoco puede tener lugar. Que esta virtud y esta castidad puestas así en escena muestran un determinado estadio del ciclo se da, naturalmente, por descontado; pero también se da por descontado o como algo natural que este estadio no puede ser mantenido en la mentalidad de los seres. Será desbordado por el siguiente estadio del mismo ciclo con la misma certeza que los estadios de primavera y verano del ciclo del año inevitablemente desbordarán el estadio de invierno que los antecede. Crear una moral sexual que pueda estar eternamente vigente es igual de disparatado que crear una ley moral que quiera prohibir eternamente la venida de la primavera. Ningún poder es mayor que el del ciclo. Sólo en virtud de éste existe la omnipotencia de la Divinidad. Por lo tanto, cualquier ley moral puesta en escena sólo podrá, inevitablemente, ser valedera en una pequeña zona o época local del ciclo. En caso contrario, el principio del ciclo del universo o la omnipotencia de Dios tendría que desbordarse, ¿y hay, acaso, algún investigador verdaderamente intelectual o cósmico que se atreva a afirmar que esto tendrá lugar? Las leyes de la naturaleza o de la vida, que estimulan la omnipotencia de la Divinidad, no se ajustan al individuo, sino que el individuo tiene, al contrario, que ajustarse a la naturaleza. Que la moral matrimonial anteriormente nombrada o virtud del acto de apareamiento hace tiempo que ha sido desbordada por la mayoría tendría que ser un hecho absoluto para cada hombre intelectual. Aquí, en «Livets Bog», ya hemos descrito detalladamente los matrimonios en degeneración, la infidelidad, muy dominante en estos matrimonios, y los consiguientes miles y miles de divorcios. A esto hay que añadirle la extensa satisfacción sexual entre los sexos fuera del matrimonio, además de la multitud de hombres y mujeres que no tienen la tendencia al apareamiento matrimonial, los muchos miles y miles de seres que están solos, que pasan por la vida sin haber sentido la necesidad del matrimonio ni de relaciones sexuales con el sexo contrario. Y dentro de esta serie de seres solos, ¿no vemos, acaso, una multitud de seres, cuya simpatía va dirigida hacia su propio sexo, una desintegración de la moral ortodoxa, lo cual ha sido a lo largo de centurias interpretado como un pecado mortal? Pero por mucho que se haya predicado y amenazado con la perdición eterna, el infierno y se haya castigado con la muerte, sólo se ha conseguido torturar, martirizar y matar a los seres en cuestión. El principio del ciclo (la omnipotencia de Dios) y su consiguiente evolución se ha extendido sin obstáculos por todo el mundo. La transformación del hombre por Dios a su imagen no pudo ser detenida por la manera especial de concebir la sexualidad de una pequeña época local con la correspondiente moral local. No es el hombre el que decide sobre el fuego supremo, sino que esta alta fuente de calor decide sobre «el hombre». La eclosión de la primavera del ciclo no podía, por consiguiente, ausentarse. Cada vez hay de manera creciente más y más seres que se encuentran solos, más y más matrimonios infieles, más y más divorcios, más y más hijos fuera del matrimonio y más y más matrimonios estériles, aparte de la atmósfera de polvo, hedor y podredumbre que siempre se encuentra, en mayor o menor grado, presente en la degeneración y el colapso. Aquí esta atmósfera está representada por la profusión de excesos, perversidades y enfermedades sexuales, en los órganos y en el alma, que martirizan a la humanidad terrena y, por el momento, hacen, en mayor o menor grado, de miles de hombres ruinas físicas y espirituales. Ni cárceles, pena de muerte, sermones morales, el sexto mandamiento ni la ciencia moderna han podido detener las leyes de la naturaleza, el avance impetuoso de la eclosión de la primavera cósmica del ciclo y la divina voluntad revelada por medio de esto: la caída del reino animal y la creación del reino de los cielos en la mentalidad humana terrena, la transformación del «animal» en «hombre» o la encarnación de «la imagen de Dios» en carne y sangre física.


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