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(1591-1938) 
 
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Porqué el amor al prójimo es lo único que puede hacer que los icebergs mentales de la humanidad se derritan o que su cataclismo o infierno desaparezca  1784. Pero entre el solsticio de invierno y el solsticio de verano hay el equinoccio de primavera. La suave brisa de la primavera penetra poco a poco en la fría oscuridad del invierno y da lugar a la eclosión de la primavera o fin del invierno. Y así también sucede en la mentalidad de la humanidad terrena. En medio de sus guerras mundiales religiosas y políticas, su cataclismo o infierno hay una débil e incipiente brisa de primavera procedente del equinoccio del gran ciclo cósmico de espiral en forma de todo lo que está incluido en el concepto «humanitarismo». Bajo esta expresión sólo se oculta, en realidad, el incipiente amor al prójimo o una simpatía que va más allá de la corriente vida marital dictada por el interés del sexo masculino y del sexo femenino y la consiguiente simpatía de familia o parentesco. ¿No es, acaso, el divino mandamiento antes citado de amor al prójimo un viento de primavera con tanto calor que, sin duda, tiene necesariamente que hacer que donde tiene su dominio todos los icebergs mentales se derritan? ¿Pueden el frío y la escarcha del odio, la ira mortífera, la tortura y la venganza ser eliminados por otra cosa que lo totalmente contrario a estos fenómenos, «el amor»? ¿No es el calor lo único que puede eliminar el frío? ¿Cómo se va a poder entonces eliminar frío con frío? ¿No es un hecho evidente que el cataclismo mortífero de la humanidad, su infierno y mentalidad bélica, su consiguiente frío concentrado de invierno mental sólo se puede eliminar con un correspondiente calor concentrado de verano mental?


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