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Dos disposiciones para la simpatía en el hombre terreno  1764. Cuando en el hombre hay unas tendencias psíquicas semejantes que tienden hacia una mayor simpatía en la relación entre los seres, y un deseo muy fuerte de igualdad de derechos para todos, un deseo de justicia, tenemos aquí disposiciones psíquicas que no tienen nada que ver en absoluto con el estado sexual unipolar de los dos sexos. Lo que aquí se hace valer no es una simpatía de apareamiento ni una necesidad de proteger a la descendencia. Imaginarse que estas disposiciones se deben simplemente a una inteligencia más desarrollada es la culminación de la superstición o falta de fundamento racional. Es un hecho categórico que el ser con dominio de la sola inteligencia es un ser mentalmente muy frío y egoísta que usa, de todos los modos posibles, su inteligencia como un medio a través del cual busca encontrar el mejor modo de utilizar a otros a su favor o vivir a costa de ellos. Si el hombre inteligente no lo hace, esto demuestra enseguida que en su psique hay disposiciones que van en contra de este uso de la inteligencia. Estas disposiciones sólo pueden ser las incipientes nuevas disposiciones para la simpatía a que nos hemos referido. La inteligencia sólo es en sí misma una facultad neutral que puede usarse tanto al servicio del egoísmo como del altruismo, según quien la posea sea egoísta o altruista. Miremos como miremos los problemas, no podemos prescindir del hecho de que en el hombre hay un incipiente desarrollo de nuevas cualidades psíquicas que llevan, cada vez más, al individuo a sentir una correspondiente simpatía creciente hacia los seres que lo rodean. Esta creciente simpatía no puede de ninguna manera ser producto del estado sexual unipolar, puesto que este estado entra, precisamente, en colisión con cualquier simpatía que se encuentre fuera del estado de apareamiento y todos los fenómenos relacionados con él. Que, de este modo, en el hombre hay dos clases de disposición para la simpatía, es desde hace tiempo un hecho, aunque, por decirlo así, se ignora totalmente la especial naturaleza y razón de las nuevas disposiciones. Uno de estos dos conjuntos de disposiciones para la simpatía constituye la sexualidad unipolar, o el instinto puramente animal masculino y femenino, que estimula la reproducción y la supervivencia de la especie a base del instinto de conservación, mientras el otro conjunto origina la simpatía que se manifiesta como amor absoluto o verdadero, es decir, como el altruismo absoluto o deseo de que «es mejor sufrir uno mismo a que otros sufran», la simpatía que determina o regula lo que «tenemos corazón» para hacer de «mal» contra los seres que nos rodean o nuestro prójimo, facultad que también es la base de la capacidad que tiene nuestra facultad de compasión. El ser puramente animal, el tigre o el animal salvaje, que no está influido por ninguna convivencia con el hombre, no conoce ninguna compasión en absoluto hacia su víctima. Lo mismo encontramos en «el hombre de verdad» masculino y grosero y en el correspondiente ser de sexo femenino. Aquí no existe ninguna desarrollada disposición para la simpatía o cualidades psíquicas más allá del proceso de reproducción. De este modo, se nos ha dado una nueva confirmación de que, para poder resolver el enigma del futuro de la humanidad terrena, tenemos que detenernos en estos incipientes brotes de una nueva destacada disposición para la simpatía en el hombre terreno y ponernos, a fondo, al corriente de su origen y misión. Sólo por medio de este estudio se revela la separación especial que hay entre el hombre perfecto y el animal. Sólo por medio del conocimiento de la estructura y efectos de estas disposiciones, «el hombre a imagen de Dios», que es el objetivo final con el hombre terreno, se convierte en una realidad o un hecho.


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