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(1591-1938) 
 
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El valor que se da a las cosas materiales en el estado de amor erótico o de apareamiento es, en gran medida, la base del presunto «mal» en el mundo  1759. Cuando, de este modo, el universo es una gran revelación de justicia y amor al cien por cien, no es extraño que el estado de vida de los seres de sexo masculino y de sexo femenino no pueda ser la más alta forma existente de experimentación de vida para el ser vivo. Como ya estamos de acuerdo hace tiempo, el estado unipolar de estos seres constituye, precisamente, la estructura orgánica en virtud de la cual es una condición para su especial forma de experimentar la vida tener una especie de derecho de propiedad sobre un ser de sexo contrario. La experiencia culminante de esta forma de vida es el contacto íntimo de dos seres unipolares contrarios en el acto de apareamiento. Este acto de apareamiento es la sensación más elevada de bienestar o placer normal para los seres en cuestión. Es el propio fundamento de la vida, ante el cual todas las otras cosas relacionadas con las actividades y vida común de estos dos sexos sólo son algo secundario. Y este estado de vida propio de ellos no podría existir ni propagarse si la estructura de los seres no fuera, precisamente, unipolar sexualmente. La condición para ello es, por lo tanto, dos formas de estado unipolar, el estado de sexo femenino y el de sexo masculino. Estas dos formas hacen que la vida sólo se pueda experimentar como un resultado del contacto recíproco de dos partes sexuales contrarias. Por esto, el ser de sexo femenino es una condición vital para el ser de sexo masculino, del mismo modo que este ser es, naturalmente, una condición vital para el ser de sexo femenino. De esta manera, por medio del fuego supremo o la estructura sexual se ha convertido en una condición vital que estos dos seres tengan que desearse mutuamente. Este deseo es la raíz de todas las formas existentes de deseo egoísta o necesidad de poseer y del consiguiente sentimiento de «derecho de propiedad». El deseo de poseer al ser de sexo contrario desarrolla también el deseo de todo lo que puede ser útil y hacer más fácil el camino para esta posesión. Todo lo que puede situar al pretendiente bajo una luz favorable, tal como: poder, riqueza, propiedades y dinero y hacerlo atractivo ante los ojos de la pareja sexual, se desea, en el peor de los casos hasta el desprecio a la muerte. El valor que se da a estas cosas materiales en el estado de amor erótico y de apareamiento es, por decirlo de alguna manera, la base de todo el presunto «mal» en el mundo. Esta valoración ha sido la causa de las guerras, los actos de terror o las atrocidades más sangrientas, aparte de las situaciones en que, en el peor de los casos, se ha convertido de una manera aberrante en un deseo antinatural que hace, en mayor o menor grado, de quien tiene este deseo un «avaro» o un ser más o menos enfermo mental en este campo. Deseos materialistas de este tipo, más o menos exagerados, y un correspondiente temor a estos deseos en otros seres son los culpables del drama mundial que en este siglo, en el que esta obra ha visto la luz, se desencadena alrededor de todo el mundo y mantiene a todos en guerra contra todos. Si entre los seres no hubiese este deseo desmesurado, las condiciones de vida en la Tierra serían espléndidas. El planeta se experimentaría como algo de lo más maravilloso que uno puede imaginarse. Si todos los hombres de la Tierra estuviesen unidos en un pueblo y poseyesen colectivamente las riquezas de la Tierra, todas las formas del sistema de justicia moderno actual serían totalmente superfluas. Este sistema de justicia sólo es un principio por medio del cual se busca mantener en jaque una moral de pillaje demasiado agresiva, semejante a la de los vikingos, y una necesidad excesiva de satisfacer deseos, tanto materiales como sexuales, que todavía existen como instintos y naturalezas en la mayor parte de hombres de la Tierra.


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