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(1591-1938) 
 
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La manifestación de amor de la naturaleza y el estado inacabado o egoísta de los hombres  1757. Si observamos más de cerca estas fuerzas, es un hecho que son análogas a las fuerzas creadoras que se encuentran en la propia naturaleza, donde ésta no ha sido tocada por los seres vivos. ¿No es la transformación de la Tierra, de una masa de fuego incandescente a su fértil estado actual como habitáculo para seres animales, así mismo de naturaleza altruista? Que estos seres no vivan felices en este planeta no es culpa del planeta. La culpa es, al contrario, exclusivamente de las naturalezas animales de los propios seres que dominan su pensamiento y su voluntad. El planeta puede dar comida suficiente, puede dar material suficiente para el deseo humano de trabajo, para su inventiva y talento. En él hay comida, luz y materiales combustibles suficientes, de hecho, todo esto con tal sobreabundancia que nadie necesita pasar hambre, frío ni ser pobre y preocuparse por el sustento diario, aunque se desease vivir en las regiones polares del planeta o en sus desiertos abrasadores bajo un sol feroz. Con los medios de transporte y los motores, con los que poco a poco la naturaleza le ha dado a la humanidad posibilidad de crear y con los que domina millones de caballos de fuerza, toda la materia física está a disposición de la humanidad. La causa de que este dominio sobre la materia no cree dicha para la humanidad, sino guerra y más guerra, colapsos culturales, necesidad, miseria, invalidez, cadáveres, tumbas y montones de ruinas, únicamente puede encontrarse en las fuerzas interesadas o egoístas que hay en la humanidad, en el desmesurado deseo de propiedad, el nacionalismo o desmesurado culto a la patria, los estúpidos, egoístas conceptos sobre el idealismo, el honor o la relación con el prójimo. Pero en torno a este estado mental inacabado de los hombres y al consiguiente cataclismo o infierno brillan y centellean los más hermosos panoramas, auroras y crepúsculos, maravillosas puestas y salidas de sol con verdaderas resplandecientes orgías de colores. Con corazones helados y amargura en la mente, los hombres caminan frecuentemente bajo la caliente luz del sol veraniego inhalando los aromas balsámicos de las flores de los prados y mirando las blancas nubes del cielo de verano, mientras sus mejillas son acariciadas por el suave viento de este día de verano, sin percibir nada en absoluto de esta profusión de caricias por parte de la naturaleza. Caminan por hermosas playas con dunas calentadas por los rayos del sol, con «marehalm» (vegetación que en Dinamarca crece en las dunas junto al mar) y bañistas que disfrutan del verano y por otras playas con magia exótica, palmerales, gente de color, etc., pero en muchas ocasiones no ven en absoluto ninguna de estas revelaciones de la naturaleza, porque están completamente ocupados en condenar, calumniar y criticar a otros seres y otras cosas. Han llenado su conciencia con descontento de casi todo, están descontentos con el sol, están descontentos con la lluvia, están descontentos con la noche y están descontentos con el día, además de la gran cantidad de semejantes que han expulsado de su esfera de relaciones. Creen que la vida es un juego brutal, casual, y que ellos son mártires o víctimas inocentes de este juego presuntamente malo o demoníaco. Olvidan totalmente que este presunto «juego diabólico» o «malo» ha sido la causa, y sigue siéndolo, de que tengan ojos para ver, oídos para oír, y así mismo que es el mismo juego malentendido que hace que tengan corazón, cerebro, pulmones y todos los demás órganos, por medio de los cuales pueden percibir, sentir y, de este modo, experimentar la vida. Olvidan que la misión o fin conjunto de estos órganos es darle al individuo un organismo totalmente perfecto, y que, donde este individuo no interviene e interfiere, esto tiene éxito con una perfección tal que no advierte en absoluto el inmensamente complicado trabajo en común de los cientos de pequeños órganos de este organismo. No advierte de ninguna manera que tiene un organismo así. En sí mismo no estorba, no es molesto ni produce dolor, sino que, al contrario, es un instrumento maravilloso al servicio del individuo. ¿No es, por lo tanto, un hecho que es un don de amor, regalo de la naturaleza, que es un suplemento a todos los otros bienes citados de la misma creación divina? Por consiguiente, no se puede negar que cuanto más se descubren, investigan y conocen las leyes de la naturaleza, más se convierte en un hecho inalterable que todo lo que en la naturaleza no ha sido tocado o influido por los seres más o menos evolucionados, es extraordinariamente lógico, útil y busca la creación en todas partes, sin excepción, de un plan amoroso, divino o feliz para los seres vivos. Que esto no puede negarse se convierte en un hecho a través de la circunstancia de que en la naturaleza nada se pierde, todo es utilizado, todo es llevado a ser útil o beneficioso y, con ello, a ser una alegría y una bendición para todos los seres vivos. Y así las cosas se convierten, claro está, en caricias o expresión de amor.


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