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(1591-1938) 
 
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La estructura sexual de los seres y su consiguiente aparición forzada como de sexo masculino o femenino en su forma más pura no es nada que el ser quiere o no quiere, es algo que se es  1752. Hace tiempo que se está reparando en los seres que divergen de la psique pura y acentuadamente de «sexo masculino» y de «sexo femenino», pero, por supuesto, sólo se ha estado en condiciones de percibirlos como «anormales», cosa muy natural. Seres ajenos o que aún no están tan avanzados en este proceso de transformación es imposible que perciban esto de otra manera, tan totalmente faltos como están de conocimiento cósmico o altamente intelectual del plan cósmico de la vida. Es imposible que juzguen algo a partir de un conocimiento o saber que no tienen. Por esto, se ha tratado de «curar» a estos seres que divergen del «masculinismo animal» y del «feminismo animal» con castigos y prohibiciones, ya que con ingenuidad ciega se ha creído que este estado de los seres sólo era un acto de voluntad. No han comprendido que, del mismo modo que sería disparatado castigar a un «hombre» porque es un «hombre» y castigar a una mujer porque es una «mujer», igual de disparatado es, naturalmente, castigar a un ser porque aparece con otro estado sexual. E igual de disparatado será, naturalmente, calumniar a tales seres, mofarse y burlarse de ellos. Un estado sexual no es un acto de voluntad superficial como, por ejemplo, abrir y cerrar los ojos o estar de pie o sentado, correr o andar. La orientación sexual no es ningún partido del que se pueda ser o no miembro, según se quiera o no. La naturaleza sexual no es nada que se quiere, es algo que se es. Una «mujer» es una «mujer» y un «hombre» es un «hombre», lo quieran o no. Del mismo modo, un hombre es primitivo o altamente evolucionado quiera o no quiera serlo. ¿Por qué tendría que ser una excepción el desarrollo de la facultad para la simpatía? Aquí, se tiene este o aquel grado de evolución, se quiera o no, afortunadamente. Si sólo dependiese de la voluntad humana nadie evolucionaría, particularmente con respecto a un factor de la conciencia tan fundamental y profundo como el sexual. Quién querría lógica y voluntariamente entrar en una esfera en la que se considera a los seres como anormales o en contra de la naturaleza, como parias, en la que están expuestos al desprecio, la mofa y la burla, la calumnia, la persecución y la tortura de los seres «animales» o «masculinos» y «femeninos». Ésta siempre es, claro está, la suerte de los seres que van por delante del resto, no sólo sexualmente, sino también en todos los otros ámbitos de la evolución de la psique humana y de la consiguiente transformación del ser de «animal» en «hombre».


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