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(1591-1938) 
 
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La culminación de la nueva psique en el hombre y la mujer está simbolizada en la Biblia como el regreso del «hijo pródigo» y como la descendencia con la que se aplastará la cabeza de la serpiente, se bendecirá a todos los pueblos de la tierra y se transformará a los seres para ser uno con «el camino, la verdad y la vida»  1750. Las nuevas facultades para la simpatía, desarrolladas hasta su forma más pura y dando lugar así a la consiguiente clarividencia cósmica en el ser, eliminan todo el talento puramente matrimonial de la conciencia de dicho ser. Un ser así está, en realidad, nada menos que «casado» con toda la humanidad. Esto quiere, a su vez, decir que está tan enlazado por medio de la simpatía con todos los hombres y demás seres vivos que tendría remordimiento si favoreciese o amase a algunos seres a costa de otros seres. Todos los seres vivos existentes, con los hombres a la cabeza y con la denominación común de «el prójimo», son el nuevo objeto de amor de estos seres. Este objeto se percibe, a su vez, por los más avanzados como una manifestación total de la existencia del yo invisible de un ser vivo todopoderoso o expresión global de este yo. Este yo, en conexión con dicha manifestación, se convierte de nuevo en la más alta percepción del origen del universo, de la Divinidad todopoderosa, del Padre eterno y a quien uno, con lo que experimenta de forma viva con conciencia diurna, se dirige en todas las situaciones e invoca con la expresión: «tú que estás en el cielo». Esta evolución del ser vivo hijo de Dios está descrita en la historia del «hijo pródigo». Su regreso al Padre es lo mismo que la experiencia de «conciencia cósmica» por el individuo y la consiguiente experiencia, con conciencia diurna despierta, de la Divinidad y su unión con ella. Es la misma evolución del hijo de Dios que se indica en la descripción de la victoria, a la que según la Biblia tendría que dar lugar «la descendencia de la mujer» «aplastando la cabeza de la serpiente» que, a su vez, quiere decir aplastar «lo animal» o egoísta y, por consiguiente, la naturaleza enemiga para con el prójimo en el interior de uno mismo. Esta aniquilación de «la cabeza de la serpiente» o el principio «animal» constituye la descendencia del apacible Abraham, «en la que todos los pueblos de la Tierra iban a ser bendecidos». «Aplastar la cabeza de la serpiente» no es, por consiguiente, un proceso violento y brutal ni una guerra. Es un proceso de paz basado en las palabras llenas de amor que Abraham dirigió a Lot: «Ruégote no haya disputa entre nosotros ni entre mis pastores y los tuyos, pues somos hermanos. Ahí tienes a la vista toda esta tierra, sepárate de mi, te ruego; si tú fueres a la izquierda yo iré a la derecha, si tú escogieres la derecha, yo iré a la izquierda». Poder «aplastar la cabeza de la serpiente» con amor es el cumplimiento de la gran misión y voluntad de la Divinidad: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza», es la consumación de este proceso. ¿Hay algún ser que sea más «la imagen de Dios» o pueda serlo que el hombre que ha sido liberado de todas las naturalezas egoístas, hostiles y mortíferas hacia otros seres vivos? ¿No irradia un ser así luz por todos lados? ¿No es un ser así «uno con el Padre» y no es «el camino, la verdad y la vida»?


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