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(1591-1938) 
 
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La colisión del apetito sexual sobredimensionado con las concepciones morales autoritarias y las consiguientes consecuencias  1740. Ya hemos visto que la fuerza sexual del hombre se manifiesta como un hambre, un apetito que tiene que ser saciado. Lo que pasa es que el hambre sexual no es, ciertamente, mortal si no se sacia o satisface, tal como sucede con el hambre ordinaria de alimento, pero esto no significa, naturalmente, que la postura que el ser adopte ante esta hambre sea totalmente indiferente. Por consiguiente, debemos estudiar esta fuerza sexual sobrante. Esta fuerza se hace especialmente valer en el hombre culto o intelectual avanzado. Cuanto más retrocedemos en la evolución, más descendemos en el reino animal, y esta fuerza sobrante se hace menor para finalmente sólo constituir, en realidad, la fuerza necesaria para garantizar la reproducción. Aquí no hay, por lo tanto, ninguna fuerza sobrante ante la que tomar postura o contra la que tener que luchar como «pecaminosa» o «inmoral». La sexualidad sólo se ha convertido en un problema inmensamente grande, envuelto en niebla y misterio, en el hombre terreno. Es obvio que esta niebla y este misterio o ignorancia sobre la estructura orgánica sexual del ser hayan dado lugar a concepciones morales muy diferentes. Esta ignorancia ha hecho que el principio que rige el harén o la poligamia y poliandria se convirtiese para ciertos pueblos en un modo legal de satisfacer la necesidad sexual sobredimensionada. Dicha ignorancia se ha convertido, por consiguiente, en moral. Por lo que concierne a la sociedad cristiana, este método se percibió directamente como la más alta forma de inmoralidad. Es más, en algunas ocasiones en el cristianismo se ha ido tan lejos que se ha exigido celibato o abstención sexual total para los sacerdotes o predicadores y profesionales de la religión. Para el resto de la población se exigía la bendición de la iglesia en forma de boda en la iglesia entre el hombre y la mujer, antes de que el acto sexual pudiera realizarse. E incluso dentro de estos límites, había casos en que se consideraba directamente pecaminoso que dos cónyuges se uniesen maritalmente sólo por el placer y sin la intención de dar lugar a una fecundación. Esto quiere decir, por consiguiente, que un matrimonio así corre, en el peor de los casos, el riesgo de sólo poder tener satisfacción sexual una vez al año. Que jóvenes maduros sexualmente se den satisfacción o placer mutuo fuera del matrimonio está, naturalmente, prohibido como la mismísima culminación del pecado y el camino directo a la perdición. Y lo que es peor, si la fuerza sexual sobrante de alguien se manifestase en forma de deseo de acariciar no solo a un ser de sexo contrario, sino también a un ser del propio sexo, acto que como simpatía en su forma más pura es, en realidad, lo más cercano al cumplimiento de la ley del amor al prójimo, en ciertos países este ser sería, incluso, castigado y considerado como un «delincuente». Esto quiere decir que cuanta más simpatía y más caricias se muestren hacia seres del propio sexo, más se le considera a uno como un «delincuente contra la moral». Una religión, cuya base absoluta y fundamento principal es: «amarás a tu prójimo como a ti mismo», ¿puede ser otra cosa que un fracaso cuando en sus dogmas y doctrinas santas remite a la pena de muerte por cada amor que se encuentra fuera del amor dirigido al sexo masculino y al sexo femenino, y considera cada culminación de simpatía entre seres del mismo sexo, o mejor dicho, independientemente del sexo, como el camino a la extrema oscuridad y, además, persigue a estos seres como parias, como «delincuentes», como seres «anormales» o «enfermos»?


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