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(1591-1938) 
 
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Las exageradas dimensiones del deseo sexual convierten en un hecho que el objetivo de la función sexual no puede ser únicamente la reproducción  1738. ¿Cuál es, entonces, esta voluntad divina y qué es lo que sucede ante nuestros ojos en forma de un supuesto exceso sexual? De hecho, ahora nos vemos obligados aquí, al igual que con el resto de nuestra investigación, a ir al lenguaje de la propia vida. Ya no sirve para nada estudiar los dogmas, la Biblia u otros de los conocidos libros sagrados. Sólo son libros de moral para una parte o ámbito muy limitado del fuego supremo, a saber, el lado que sólo tiene como tarea estimular la reproducción. Por consiguiente, aquí la historia de la vida sexual está exclusivamente presentada de manera parcial para esta parte. Frente a otros lados de este fuego divino, estos libros y estas tradiciones morales heredadas sólo pueden declararse en quiebra.
      ¿Qué nos dice, entonces, la sobria naturaleza o el lenguaje directo de la propia vida sobre la vida sexual del hombre terreno? Lo primero que se nos presenta como hecho es que los conceptos tradicionales de moral sobre la vida sexual ya no pueden poner dique a la evolución de esta vida. Cada vez hay más gente que infringe la moral tradicional. Ninguno de los mandatos morales u obstáculos puestos por los hombres pueden de manera aproximativa poner dique a esta infracción o este presunto «exceso». El siguiente gran hecho es que la fuerza sexual aparece en un estado tan colosalmente sobredimensionado que la parte de esta fuerza que se dedica a la propia reproducción sólo es una parte infinitamente pequeña. Si los hombres pensaran sobre el pequeño porcentaje de todos los coitos que dan lugar a una fecundación, se quedarían muy asombrados. No es ninguna exageración si decimos que sólo dentro del matrimonio no habrá normalmente más que una fecundación por cada cincuenta coitos. Un año tiene 52 semanas, y no será irreal contar con una relación sexual o coito a la semana para dos esposos normales, aptos sexualmente. Pero el resultado de esta vida sexual sólo puede tener como resultado una fecundación o un hijo al año. Aquí no contamos, naturalmente, con mellizos, trillizos, cuatrillizos o quintillizos, dado que son excepciones y, por consiguiente, sin importancia para un análisis valedero de manera general. Pero, aunque incluyésemos estas excepciones, esto no modificaría la proporción en un grado significativo. Que, así mismo, la fecundación sólo corresponde a un número muy escaso de coitos en relación con el número realizado en la cohabitación de las parejas no casadas lo muestran los millones y millones de medios anticonceptivos que se producen y se usan. Aquí, el estado sobredimensionado de la función orgánica sexual es evidente. Pero, ¿qué fin tiene esta fuerza sexual tan grande y tan sobredimensionada que no se gasta para la fecundación o reproducción de la humanidad? ¿Y el 98 por ciento de coitos dentro del matrimonio que no pueden resultar en una fecundación? ¿Y los millones de coitos en la esfera de las personas solteras, que tampoco pueden resultar en una fecundación? ¿Y el exorbitante tanto por ciento de actos sexuales infecundos que realizan los matrimonios que sólo tienen uno o dos hijos? Si calculamos con una capacidad de fecundación de 15 años en un matrimonio así, en un matrimonio con un hijo la fecundación será de 1 por 779 y en un matrimonio de dos hijos de 2 por 780. ¿Cuál es la intención de esta función orgánica tan inmensa y sobredimensionada? No puede ser únicamente para crear la fecundación, que sólo es una cosa secundaria y mínima en este inmenso proceso psíquico. En cambio, aquí se muestra como un hecho que en un grado muy alto existe para satisfacer un hambre o apetito que vive en el individuo, del mismo modo que el hambre de simple comida. Tanto la una como la otra exigen satisfacción. La función orgánica sexual del ser vivo es el equivalente espiritual del puro proceso físico de hambre y saciedad. El fuego supremo es un sistema de alimentación cósmica.


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