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(1591-1938) 
 
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El alto camino del amor y el primitivismo e impureza mental del hombre terreno  1727. Por consiguiente, por naturaleza el ser sólo había sido creado para poder amar a su pareja. Esta forma de despliegue de simpatía era la única que los seres todavía muy acentuadamente unipolares podían comprender. Y aquí se tenían tradiciones y leyes milenarias e inalterables, cuya transgresión llevaba consigo la pena de muerte para los infractores. Una verdadera simpatía o amor fuera de la propia del ser de sexo masculino y femenino, un amor entre seres que no eran unipolares, un amor fuera del principio puramente animal de pareja, ¿cómo podía ser entendido por hombres en los que la codicia de dominio, el derecho de propiedad sobre seres del sexo contrario como instinto de conservación, protegido por el dominio de la voluntad llevada a cabo por la envidia y los celos, existe como un producto orgánico? Cristo, con su actitud de amor universal independiente y por encima de la unipolaridad, con la simpatía en su corazón hacia todos los seres, tanto hombres como mujeres, ¿no tenía que mostrarse como un ser de otro mundo, ser un representante de un reino que no era de este mundo? ¿No sucede incluso el día de hoy que si un hombre o una mujer terrenos muestran un amor íntimo hacia su prójimo y, con ello, amor a seres de su propio sexo son, en mayor o menor grado, víctimas de la más ponzoñosa calumnia? ¿Hay algo más sensacional y más atrayente para todos los representantes de la profanación y la estupidez que propagar por todas partes la relación del prójimo basada en la simpatía o el amor íntimo y santo o propagar otra relación de dicho prójimo concerniente a su sexualidad? El inicio del elevado camino del amor, ¿no va a través de la suciedad que desprenden las habladurías inmundas y ponzoñosas y los pensamientos hediondos de hombres obscenos? Aún no han descubierto que la boca no tiene que ser un «ano», un canal para escapes de excrementos mentales y olores hediondos. Todavía no tienen la facultad del hombre evolucionado de eliminar estas sustancias de putrefacción y partículas venenosas anímicas sin malos olores por medio de la química cósmica. Estos excrementos mentales hediondos, engendrados por la estupidez, la ingenuidad y la superstición, la envidia y los celos, ¿no son los que han convertido la evolución orgánica de la cualidad más noble de la vida: el amor al prójimo, y con él el amor a su propio sexo, en un misterio, en algo «diabólico», en algo «animal», en algo que en el peor de los casos tiene que castigarse nada menos que con la muerte? ¿Y no es esta bruma mental negra de la superstición y la ignorancia la que hoy rodea con una atmósfera pegajosa y asfixiante a los seres que se desvían de las tradiciones e ideas reconocidas por la masa con respecto a quién se puede amar, y los convierte en los objetos más atrayentes para las habladurías y la maldad? ¿No fue este mismo amor o simpatía hacia el prójimo, independiente del sexo masculino o femenino, que se desviaba de las tradiciones de la masa, el que llevó a Jesús a la cruz y a otros a la hoguera, la guillotina y la horca? No, avanzar por el camino tras las huellas de Jesús, y tenerlo a él como modelo no era ningún camino de rosas. Los síntomas de este camino todavía se perciben, casi dos mil años más tarde, como «anormalidad», «disposición enfermiza», «delito», etc. Y este modo de ver el misterio del amor en el hombre terreno no está menos en vigor entre la jerarquía, las autoridades y los miembros ordinarios más ortodoxos del propio cristianismo y así, de modo correspondiente, ha hecho de estos seres perseguidores del incipiente nacimiento del amor al prójimo, que ellos, en realidad, tienen la misión de estimular.


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