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(1591-1938) 
 
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Porqué entró en el mundo la creencia de que Jesús «nació de una virgen» y de su identidad como «divinidad» o «hijo de Dios»  1722. Como este modo de ser sobrenatural, que pertenecía a un reino que no era de este mundo, no podía dejar de ser un hecho, la presencia de este amor o de esta divina mentalidad en un hombre de carne y sangre tenía que convertirse en un misterio para sus contemporáneos ignorantes. La Divinidad tenía, de una u otra manera, que estar presente en este presunto prodigio. Un carpintero, un artesano humilde sin instrucción y sin ningún título y educado solamente en una pequeña aldea remota, lejos de las grandes ciudades, mostrándose de pronto públicamente con una mentalidad que irradiaba una sabiduría que sobrepasaba toda razón, impresionó a los eruditos tolerantes del pasado y despertó odio y persecución en los escribas y autoridades religiosas intolerantes. Y como este hombre, con la gran sabiduría y la autoridad intelectual con que hablaba, presentó a Dios o habló de él con gran fuerza como su padre, no es extraño que amigos y autoridades bien intencionadas o tolerantes posteriormente vieran una solución al misterio de la sabiduría del artesano inculto, pobre, del campo, de las montañas. Dios tenía que ser su padre. María tenía que haberlo concebido por medio de la Divinidad de una manera sobrenatural. El espíritu de Dios, es decir, la conciencia de Dios tenía que haberla cubierto con su sombra. Que Jesús, el eminente, gran genio moral, tuviera que ser hijo de José era impensable. Nada menos que la propia Divinidad podía ser directamente el padre de Jesús. Y se estaba satisfecho con esta presunta solución del misterio. No se podía entender de ninguna manera que esta solución podía ser incorrecta o falsa. Y esta solución hoy también es inalterable para millones de los hombres más creyentes de la religión cristiana. Y, así, esta opinión se apoyó en primer lugar en el reconocimiento de que el redentor del mundo era un ser sobrenatural, cuyo modo de ser era, naturalmente, para dioses, pero inalcanzable para hombres. Por consiguiente, su modo de ser no se convirtió en el modelo o ideal que imitar, en el ejemplo para el modo de ser humano que es necesario para que un hombre se libere del modo de ser animal, egoísta que estimula la guerra, el dolor, el sufrimiento y la muerte. Por lo tanto, los hombres tenían, inevitablemente, que dirigirse a marchas forzadas hacia el cataclismo, el ajuste de cuentas del juicio final que acaba de pasar por el mundo y cuyas olas todavía atormentan a la humanidad a lo largo de toda la Tierra, y dejan que millones de hombres vivan en la humillación, la miseria, la angustia y la inquietud o en una existencia que es el diametral contraste a la paz permanente.


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