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(1591-1938) 
 
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El modo de acariciar del redentor del mundo  1717. Pero amar a su prójimo, crear verdadero amor para él no se hacía con un simple golpecito en la mejilla, una sonrisa amable e indulgentes palabras amorosas, dicho brevemente, no se hacía con besos y caricias ordinarias. Tales expresiones o manifestaciones del amor todavía sobrenatural habrían llevado a los seres acentuadamente de sexo masculino y femenino a escandalizarse, al odio y la persecución, sin que de ello hubiera salido nada de bueno. Estas manifestaciones del nuevo sexo que aún no era de este mundo era lo que, por consiguiente, no podía ser comprendido ni tolerado por los habitantes de este mundo. Pero el redentor del mundo tenía también otro modo muy distinto de acariciar. Tomando de la reserva de sabiduría o fuente cósmica divina de su reino podía cubrir con su sombra y abrazar a todos los seres vivos y, de este modo, ser una herramienta perfecta para la voluntad, la fuerza y el espíritu de su Padre, ser «el espíritu santo» en carne y sangre. Así, podía ser un fuego sagrado, una llama que poco a poco podía conducir al prójimo amado fuera de la oscuridad, a la luz, a la permanente paz divina en la Tierra, aunque al principio fuera odiado y perseguido por este prójimo. Podía acariciar de un modo que aún era totalmente sobrenatural y no se podía aventajar. De hecho, era la revelación de la propia culminación del amor. Acariciaba a todo y a todos con el espíritu de su Padre en su ser divino. Amaba a sus enemigos y rogaba por quienes lo odiaban y perseguían. Reveló que el camino a la luz eterna sólo va a través del amor a todos aquellos que no nos quieren. Sólo este amor puede convertir al ser vivo en uno con su Padre y origen cósmico o en «el hombre a imagen de Dios». No era extraño que pudiera decir que «yo y el Padre somos uno».


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