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(1591-1938) 
 
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Adán era un ser no manifestado en el mundo exterior y, por consiguiente, tuvo que transformarse para poder convertirse en «el hombre a imagen de Dios»  1707. Además, ahora estaba en un mundo en el que se encontraba totalmente solo. En el reino de la bienaventuranza el ser vivo sólo tiene conciencia de su propio mundo pasado o de los estados que vivió una vez. Todo en este mundo, seres y cosas, son recuerdos. El único ser verdaderamente vivo de este mundo es el propio ser. Impregna y anima todo este mundo con su espíritu. Y es fácil comprender que si Adán tenía que volverse de un ser no manifestado en el mundo exterior a un hombre a «imagen de Dios», en él tenía que tener lugar una transformación muy esencial. Y con miras a esta transformación, es absolutamente comprensible que ante todo tuviera que salir de su mundo interior y fuera puesto en relación o interacción con otros seres vivos, una interacción que, precisamente, podía tener como resultado lo contrario al amor al prójimo, podía ser la creación de un eficaz contraste a la luz, en virtud de lo cual este contraste de nuevo podía convertirse en conciencia diurna viva y real. La consideración divina de que no estaba bien que Adán estuviera solo es aquí fundamentada como una realidad o verdad auténtica.


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