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Adán era un ser no manifestado en el mundo exterior y, por consiguiente, tuvo que transformarse para poder convertirse en «el hombre a imagen de Dios» | 1707. Además, ahora estaba en un mundo en el que se encontraba totalmente solo. En el reino de la bienaventuranza el ser vivo sólo tiene conciencia de su propio mundo pasado o de los estados que vivió una vez. Todo en este mundo, seres y cosas, son recuerdos. El único ser verdaderamente vivo de este mundo es el propio ser. Impregna y anima todo este mundo con su espíritu. Y es fácil comprender que si Adán tenía que volverse de un ser no manifestado en el mundo exterior a un hombre a «imagen de Dios», en él tenía que tener lugar una transformación muy esencial. Y con miras a esta transformación, es absolutamente comprensible que ante todo tuviera que salir de su mundo interior y fuera puesto en relación o interacción con otros seres vivos, una interacción que, precisamente, podía tener como resultado lo contrario al amor al prójimo, podía ser la creación de un eficaz contraste a la luz, en virtud de lo cual este contraste de nuevo podía convertirse en conciencia diurna viva y real. La consideración divina de que no estaba bien que Adán estuviera solo es aquí fundamentada como una realidad o verdad auténtica. |
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