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(1591-1938) 
 
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La vida en la luz o en el mundo superior que Adán había dejado atrás  1703. Adán era, por lo tanto, un ser que había vivido tanto tiempo en la luz que el cumplimiento de las leyes de la luz era lo más dominante en su conciencia, de hecho, era tan dominante que hacía tiempo se había convertido en función automática en su culminación. Que se había convertido en función automática en su culminación significaba, a su vez, que hacia tiempo, hacía millones de años que además había dejado de ser conciencia diurna despierta. La lucha contra la oscuridad, realizada con conciencia diurna despierta, que se hace valer en el mundo físico del ciclo de espiral no existe en los mundos superiores de la misma espiral. Sólo se puede formar parte de estos reinos cuando uno, precisamente, se ha entrenado y ha alcanzado con mucho esfuerzo la facultad de cumplir la ley del amor al prójimo que, en realidad, es la ley de la vida. Y cuando uno, finalmente, ha luchado hasta alcanzar esta facultad y ha pasado a residir en los reinos superiores, la ocupación ya no sigue siendo una lucha con la oscuridad, una lucha con las costumbres animales, una lucha con energías inmorales y mortíferas. La vida sólo es un gran florecimiento del desarrollo de la creación o producción artística. Esta creación, que, en realidad, es una manifestación de caricias, es un fundamento igual de dominante para la vida aquí, en las alturas, que la lucha por el pan cotidiano o el denominado instinto de conservación es dominante y lo más fuerte en la zona de existencia física-animal. En las regiones de la luz el peligro de pasar hambre y frío, el peligro de ser tiranizado y oprimido por otros seres, el peligro de ser víctima de las calumnias, la envidia y los celos de los otros, el peligro de toda clase de mala salud corporal y anímica no existe en absoluto. Todos tienen aquí todo lo que desean. Todos están llenos hasta el borde de alegría y no pueden llenarse más. Ninguna forma de insatisfacción, descontento con sus consecuencias: indignación, cólera, pesimismo y hastío de vivir puede existir aquí, del mismo modo que las plantas tropicales no pueden enraizarse en regiones de hielo y nieve. Aquí estamos justamente en la radiante región del verano del ciclo cósmico de espiral donde todo el calor mental o amor al prójimo, con la consiguiente alegría y deseos de vivir culminantes, lo impregna y domina todo y a todos con su luz eterna. Aquí la vida o alegría de vivir no es desfigurada por ninguna rivalidad por el sexo contrario y el consiguiente frío del invierno mental y mortífero. Aquí la disposición para la simpatía de los seres es fomentada por una estructura orgánica de tal perfección que impregna al ser con amor a todo y a todos, independientemente del sexo. Esta estructura orgánica diverge de la conocida estructura sexual terrena que estimula la disposición a la simpatía, no en beneficio del prójimo, sino exclusivamente en beneficio del propio ser. Y es en virtud de la satisfacción de este amor o simpatía hacia uno mismo, que el ser desea o «ama» al sexo contrario y siente antipatía, celos y odio hacia su propio sexo y, como ya hemos demostrado, lleva, de este modo, en su interior el destino o germen para la creación de la zona de invierno o zona de oscuridad del ciclo de espiral.


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