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(1591-1938) 
 
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Porque Adán tuvo que dejar el paraíso  1702. Según lo que antecede, el reino mineral será el dormitorio del ciclo de espiral. Aquí toda la vida con conciencia diurna despierta ha enmudecido. Se ha retirado al mundo interior de los seres vivos o de los yo, es decir, a su mundo de recuerdos. No tienen ningún organismo o cuerpo individual o personal externo en el mundo exterior. Visto desde este mundo exterior, tanto desde las zonas de existencia o esferas de experimentación espirituales como físicas, hay que considerar a estos seres como «durmientes». Sólo están despiertos en sus recuerdos. Estos recuerdos constituyen toda su esfera de experimentación. Pero como los recuerdos son «copias de oro», y revivirlos da una experiencia de bienaventuranza hasta el éxtasis, y éxtasis es, a su vez, una sensación sobredimensionada de bienestar, será exclusivamente por medio de esta energía de bienaventuranza en abundancia o superflua que el ser recibe de nuevo fuerza para encarnarse en la materia física. Todos los movimientos o procesos de energía que tienen lugar en la materia mineral son energía sobrante del reino de la bienaventuranza. De este modo, el reino mineral es, en realidad, la manifestación o expresión exterior del reino de la bienaventuranza. Pero, como hemos dicho, aquí los seres no tienen conciencia en su mundo exterior. El traslado de la energía sobrante del estado de éxtasis a la materia física exterior tiene, por consiguiente, lugar de manera automática. Contemplados desde el mundo exterior, los seres pueden considerarse como encontrándose en un sueño profundo. Y es en este «sueño profundo» que encontramos a Adán en el momento en que tenía que tener lugar «la creación de Eva». En su análisis más profundo Adán era un ser en su mundo interior. Hacía tiempo que había dejado atrás los reinos espirituales superiores: «el reino de la sabiduría» y «el mundo divino» y, por consiguiente, ya no tenía ningún organismo para experimentar en el mundo exterior y ahora estaba únicamente en su propio mundo interior. Su vida con conciencia diurna despierta era revivir su pasado en forma de copias de oro o recuerdos sublimados. El acceso a tener de nuevo conciencia diurna despierta en el mundo exterior sólo podía tener lugar a través del «disfrute del árbol de la ciencia», un disfrute que no podía tener lugar en el reino de la bienaventuranza o «el paraíso» en que se encontraba, un disfrute que no podía revelarse a través de una materia sin conciencia. Tenía que crearse una materia «viva». El espíritu tenía que encarnarse en la materia «muerta» y, así, darle vida. Por consiguiente, no había ninguna elección para Adán. Tenía que salir del «paraíso» en que vivía. Pero en un sentido absoluto no fue ningún «pecado» ni ninguna «caída del primer hombre», sino que sólo fue una bendición divina, una disposición divina en relación con el deseo o hambre de Adán del mundo exterior. Fue entonces y en esta situación de Adán que Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo».


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