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| La ley que rige el ciclo o lo que sería la vida si no existieran los deseos y la satisfacción de deseos | 1689. Como ya sabemos por análisis anteriores, la ley que rige el ciclo es que las energías básicas y, con ella, las diversas formas de experimentar la vida se mueven rítmicamente desde un estado culminante a un estado latente, y desde allí de regreso a un despliegue culminante y así continuando. En este estado latente la experimentación de la vida es mínima, mientras que en el estado culminante es máxima. Por consiguiente, hay un principio eternamente existente que condiciona que la estructura de la experimentación de la vida sea fija, que la vida no pueda rebasar un estado de despliegue especial y determinado, ni que tampoco pueda ser forzada hacia un cese total. Si estas dos condiciones no estuvieran presentes, la vida no podría ser ni hambre ni saciedad, es decir, no podría ser ni deseo ni satisfacción, ni interés ni indiferencia. Este ritmo del ciclo de espiral, que condiciona que las experiencias de la vida se muevan entre los dos polos extremos máximo y mínimo o el mayor y menor despliegue reglamentario, es en realidad el fundamento de toda creación de contraste y, de este modo, el fundamento para la creación de cada forma de percepción o concepción de la vida. Si no hubiera un deseo que estimulase el crecimiento de la experimentación de la vida hacia unas alturas siempre crecientes, ¿qué podría estimular este crecimiento o evolución? Y si no hubiera, precisamente, una saciedad que pudiera detener esta evolución y dar lugar al deseo de lo contrario, ¿cómo podrían ser satisfechos los deseos y anhelos? Y si los deseos y anhelos y su satisfacción no existiesen, ¿qué sería entonces la vida? Sólo podría ser un «algo que es» eternamente existente, no manifestado y no experimentado. Una absoluta quietud de muerte se cerniría donde ahora el universo o cosmos brilla y resplandece. |
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