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(1591-1938) 
 
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La esfera sexual oscura no ha podido ser impedida ni por autoridades eclesiásticas o seculares ni prescripciones morales  1673. Pero estas disposiciones humanas no han podido impedir esta enorme explosión de fuerzas oscuras que caracteriza el destino de la humanidad actual. Que no hayan podido hacerlo muestra que la voluntad de Dios es que esta oscuridad haya tenido verdaderamente que tener lugar. Se trata de un desencadenamiento de fuerzas en contacto con los otros desencadenamientos de fuerzas de la naturaleza. Toda la esfera mental oscura es una fuerza de la naturaleza, es un eslabón lógico de la propia estructura del universo. Como máximo, los hombres pueden hacer algo en forma de una especie de disposiciones de protección, frágiles e inseguras. Y las disposiciones e imposiciones morales de los hombres con respecto a la sexualidad también son, únicamente, un débil dique contra una gran marea que en innumerables ámbitos atraviesa y rompe el dique. Pero, ¿por qué no tendría que tener este «fuego supremo» sus nubes de humo, sus escorias y ceniza al igual que todas las otras formas de fuego y hoguera? Encerrar el fuego sin darle ningún rastro de aire o salida para su humo y ceniza es lo mismo que apagar el fuego. Y evidentemente, nunca ha sido la intención de la Providencia que los hombres tuvieran que poder apagar «el fuego supremo». ¿Qué sería la vida sin él? La vida no puede ser un simple proceso del pensamiento. ¿Y de qué serviría este proceso del pensamiento si finalmente no tuviera que crear un sentimiento de placer, un gozo o bienaventuranza, tanto para el ser como para su entorno? Este goce sería totalmente imposible si «el fuego supremo» no existiera. Todos los goces son ramas, hojas y flores del tronco del «fuego supremo». La situación es tan sabia, que «el fuego supremo» es tan superior que la propia inquisición y otras formas de la más alta movilización de poder tras una moral prescrita no han podido apagarlo. Ha podido seguir extendiendo el asfixiante humo, polvo y escorias de sus nubes de humo a todas las capas sociales, pueblos, culturas y concepciones morales. En realidad, estas concepciones religiosas de la moral con su celibato, ascesis y otras prohibiciones, que han prescrito y que van en contra de la naturaleza, han agravado el mal en vez de impedirlo.


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