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(1591-1938) 
 
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Lo que la Divinidad le dice al hijo de Dios con respecto a los órganos sexuales  1671. Que este fuego es de dimensiones inmensas lo prueba el hecho de que la bienaventuranza nombrada sólo es lo que el parco rayo del paraíso origina a través de «la grieta de la puerta». Si un rayo así de pequeño puede alumbrar de esta manera y llenar el reino de la muerte con tanta alegría, bienestar y fuerza sobrenatural y sensación de cielo fuera del paraíso, ¿cómo será entonces al otro lado de la puerta del paraíso, donde la profusión de luz es total y no un aparentemente pequeño rayo extraviado a través de una grieta de la puerta? Acaso aquí no le dice la Divinidad al hijo, que en este caso se trata del ser del reino animal: «¡Despierta! ¡Despierta! Te he dado acceso a que me experimentases luminoso en la zona terrena. A pesar de todo estoy contigo en la carne. Y aunque hayas recibido otros órganos, puedas despedazar, desollar y descuartizar a tu prójimo, de hecho, aunque incluso sea una condición vital para ti tener que comer su carne y sangre, y tu cuerpo tenga necesariamente que haber sido creado como una perfecta arma homicida o instrumento de muerte, sin embargo, en tu organismo destructor de vida o satánico manto del infierno te he dejado conservar órganos para tu correspondencia conmigo. En medio de tu sangriento viaje por el infierno puedes seguir invocando destellos de luz de mi reino sobrenatural. ¡Y mira! Tu facultad invocadora es tan fuerte que puede guiarte a través de cualquier forma de oscuridad del universo. Es más, incluso en zonas y esferas en las que aún no te has convertido en intelectual, donde niegas totalmente mi existencia y concibes la creencia en mí como la mayor superstición de la vida, como la culminación de la ingenuidad, el primitivismo y la candidez, yo soy el calor de tu sangre. Allí donde has olvidado tu originaria identidad cósmica como hijo mío y crees que eres una cosa creada mortal, perecedera, que sólo ha vivido una parte microscópica de la eternidad, que representa la edad de tu actual cuerpo físico, y, por consiguiente, crees que vas camino de la tumba, de la aniquilación o descomposición, yo te conduzco, en virtud de los órganos celestiales de tu cuerpo terreno, salvo a través de la noche. Con estos órganos mantengo de este modo tu identidad con la inmortalidad y con mi propia carne y sangre y te garantizo mi propia vida eterna, mi propio ser eterno y mi sumo bienestar a través de la vida y la muerte.»


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