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(1591-1938) 
 
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Además de haber llegado a la solución del misterio del «hombre» y «la mujer», también hemos llegado al conocimiento de que además del mandato divino «hágase la luz» ha existido un mandato divino similar, «hágase la oscuridad»  1663. En nuestro análisis hemos llegado donde el ser es transformado por el principio del ciclo o «el fuego supremo» en un «ser de medio sexo» que, debido a la limitación de su conciencia, se convirtió simultáneamente en un genio en la infracción de las leyes de la vida, se convirtió en el mayor experto en crear contraste a la luz. Y así cumplió el ser el objetivo divino de poder crear la reacción a la oscuridad absolutamente condicionante de vida, en virtud de la cual la luz pudiera acentuarse de tal modo que pudiera ser accesible a la percepción. Pero por el momento, este genio divino, este experto en producir el material que acentuará la luz y, con ello, creará la posibilidad de que el individuo experimente su propia existencia eterna, su propio ser eterno como uno con la Divinidad, con el señor de la vida, con el creador del espacio y el tiempo, sólo es un ser «muerto» desde el punto de vista cósmico. Ha hecho la experiencia de «morir la muerte». Culmina en el disfrute del «árbol de la ciencia» y, por consiguiente, es, como la Biblia dice, «expulsado del paraíso», expulsado lejos del «árbol de la vida». Carente de conocimiento cósmico y como un genio en crear el contraste oscuro, es evidente que el ser tenía que cumplir la predicción que Dios les hizo a «Adán» y «Eva» (la humanidad terrena), que consiste en que la Tierra tenía que ser maldita. Tendría que haber mucha aflicción y sufrimiento. La mujer iba a dar a luz a sus hijos con dolor, mientras el acceso al pan de cada día, a los artículos de primera necesidad sólo sería posible con fatigas bañadas en sudor. Y la promesa divina no exageró, el acceso al pan, a la vida no solamente chorreaba con sudor, sino que sobre todo chorreaba con sangre. Matar se convirtió en una condición vital para vivir. Y así el mandato divino «hágase la oscuridad» estaba cumplido. Que esta creación o consumación de la oscuridad en la estructura divina del universo es verdaderamente una disposición de amor al cien por cien se convierte aquí en un hecho luminoso, inalterable para el investigador altamente intelectual. Aquí hemos llegado tanto a la solución del misterio de la oscuridad en sí como a la solución del misterio del «hombre» y de «la mujer» o del «sexo masculino» y del «sexo femenino», al principio que los rige y a su misión. Hemos llegado a un conocimiento inalterable de que la voluntad divina no era solamente lo que en la Biblia se expresa como «hágase la luz», sino que esta voluntad divina también tiene que haber pronunciado previamente el mandato «hágase la oscuridad».


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