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| El yo, el espacio y el tiempo | 1642. Pero cuando todo movimiento, todo despliegue de fuerza sólo puede así, en realidad, tener como único objetivo crear una reacción en los sentidos, y los sentidos a su vez sólo pueden ser el intermediario entre el algo divino «X1» o yo eterno, que sobrevive a todo, y el movimiento, este yo se convierte por consiguiente en un hecho a través de los sentidos. Este hecho es la experimentación de nuestra propia vida. De este modo, la experimentación de la vida tiene necesariamente que constar de un algo que experimenta, y de algo que puede ser experimentado, lo cual quiere decir yo y materia respectivamente. Pero para que pueda ser experimentada, la materia debe crear contrastes. Esta creación de contrastes está organizada como un ciclo. El principio más importante del ciclo es «la transformación», que a su vez es lo mismo que «movimiento» de un estado a otro estado. Pero con ello se pone de relieve el intervalo entre dos puntos, a saber, el intervalo entre el estado que el movimiento deja o abandona y el estado hacia el que se dirige. Además de estos dos estados, el movimiento también produce o crea de este modo «la designación de lugar». Pero un movimiento entre dos puntos puede ser tanto lento como rápido. Con ello pone de relieve el intervalo entre velocidades diferentes. A este intervalo lo llamamos «tiempo». De este modo, «el tiempo» es la designación del espacio de la velocidad. Donde no existe ningún movimiento, tampoco existe ningún poner de relieve la velocidad. Y donde no se pone de relieve ninguna velocidad, cesa «el tiempo» a favor de la revelación de la eternidad. Y donde no existe ningún movimiento, tampoco puede surgir ninguna puesta de relieve de ningún intervalo entre dos puntos, con lo cual cesa la designación de lugar. Pero donde no hay ninguna designación de lugar, el espacio no existe. Aquí sólo hay el infinito. |
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Síntesis