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La narración bíblica de la caída del primer hombre muestra que la redención del mundo y, con ella, las religiones no siempre le han inculcado al hombre aversión hacia la oscuridad  1631. Es evidente que, dejando aparte el lenguaje de la propia naturaleza, no ha sido siempre de suma importancia inculcarles a los hombres aversión hacia la oscuridad. De hecho, incluso «la Biblia» le indica entre líneas al lector con don de observación que lo contrario ha sido, precisamente, lo vigente. Cuando se comprende que lo que en la Biblia se halla tras el concepto «la serpiente» es, en realidad, nada menos que el propio principio de la redención, no es difícil ver que «la seducción de Eva» no fue una «seducción» en el sentido propio de la palabra, sino una «instrucción». La conversación entre la serpiente y Eva, ¿no muestra, precisamente, que se trata de una explicación de las cosas en sí, de una clarificación de lo misterioso? ¿No le dice la serpiente a Eva: «Con que os ha mandado Dios que no comáis frutos de todos los árboles del paraíso?» La serpiente estaba, por consiguiente, interesada en la situación de Adán y Eva, es decir, en la situación de los hombres terrenos. Había algo en lo que esta humanidad estaba interesada, a saber, en poder «disfrutar del árbol de la ciencia». Si este deseo no hubiera morado en el interior de los hombres, «la seducción de la serpiente» habría sido imposible. Los hombres ansiaban una nueva concepción de la vida. La vieja concepción era una evidencia tan habitual que ya no podía seguir alimentando el pensamiento ni el sentimiento. Tenían hambre de un nuevo modo de ser, de una nueva moral. Pero les faltaba la autoridad y competencia que son necesarias en las situaciones en las que la humanidad modifica su concepción de la vida y su modo de ser. Por sí mismos no podían poner en claro o desenmarañar los detalles de la situación en que se encontraban. Sabían algo sobre el hecho de que tenían que «morir la muerte» si seguían su hambre o deseo y se lanzaban al «disfrute del árbol de la ciencia». Este temor era un obstáculo, un estorbo entre ellos mismos y el nuevo modo de ser del que tenían hambre. Y como el viejo modo de ser tenía que estar vivido totalmente a fondo, porque en caso contrario no habría podido de ninguna manera surgir deseo de uno nuevo, aquel modo de ser ya no podía seguir suponiendo para ellos inspiración y alegría de vivir. La actuación de la serpiente en esta situación de la humanidad sólo puede, por consiguiente, ser una salvación o liberación divina. Liberó tanto a Adán como a Eva de sus obstáculos. Este obstáculo está precisado más concretamente en las palabras de Eva a la serpiente: «Del fruto de los árboles que hay en el paraíso comemos. Mas del fruto de aquel árbol que está en medio del paraíso nos mandó Dios que no comiésemos ni lo tocásemos, para que no muramos». Y es este obstáculo lo que la serpiente quita con las palabras: «Ciertamente que no moriréis. Sabe Dios que el día en que comiereis de él se abrirán vuestros ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal».
      Que este obstáculo fue así quitado, lo expresan las siguientes palabras de la narración: «Vio pues la mujer que el fruto de aquel árbol era bueno para comer y bello a los ojos y deseable para alcanzar sabiduría, y tomó de su fruto y lo comió, dio también de él a su marido, el cual comió». Que al principio fueron felices con su nuevo modo de ser está documentado aquí y es confirmado ulteriormente a través de todas las formas de culto religioso con sacrificios humanos, muerte y asesinato como los ideales más elevados. Que más tarde descubrieran que estaban «desnudos» y se cubrieran con «hojas de higuera» (la mentira, la falsedad, el engaño,) para luego tener finalmente que recibir el dictamen de Dios, la información sobre la oscuridad o la iniciación en ella, sólo es, claro está, una amplia confirmación de la verdad en las palabras de la serpiente. Dios y la serpiente, lo cual quiere decir: Dios y la redención del mundo representan, de este modo, la colaboración más íntima. Adán y Eva comenzaron verdaderamente a conocer la diferencia entre «bien» y «mal». En caso contrario no habría habido nada que temer. Entonces no habrían necesitado «hojas de higuera» para cubrir «el mal». No habría habido motivo para temer del «mal», que no conocían, ni de avergonzarse de él.


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