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(1591-1938) 
 
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Cómo la orientación orgánica del hombre terreno hacia la Providencia lo lleva a crear a la Divinidad a su propia imagen y a transformar el universo en un escenario de guerra entre fuerzas buenas y malas, entre dioses y diablos  1614. La misma tendencia revela, por consiguiente, que la esencia más profunda del individuo no percibe la naturaleza que lo rodea como una masa muerta surgida casualmente, sino como un centro vivo, como una especie de ser. Pero el hombre todavía no iniciado no puede comprender cómo es en realidad este centro o ser vivo. Y, de hecho, no echa de menos en absoluto la iniciación o clarividencia cósmica, con el consiguiente análisis cósmico de la Providencia, que todavía no tiene en absoluto intelectualismo para comprender. En cambio, tiene que crearse una explicación satisfactoria para su psique que responda a la pregunta candente acerca de la Providencia, a que da lugar la tendencia interior. El resultado de esto es que este ser comienza a crearse su propia concepción de la Providencia a su propia imagen, es decir, a imagen del hombre primitivo. Concibe a la Providencia como seres vivos invisibles o espirituales tras todas las formas de movimiento. Ve un espíritu tras la fuerza de la tempestad y del oleaje, ve un espíritu en los árboles y matorrales, en el rayo y el trueno, en el sol y la luna, etc., dicho en pocas palabras, se imagina fuerzas dirigentes vivas tras cada destacada fuerza de la naturaleza. El hombre terreno comenzó muy tempranamente a distinguir entre estas fuerzas y las percibía como «buenas» y «malas». Se creía que las fuerzas «malas» eran la causa de todo lo que les daba a los hombres desgracias y molestias, mientras que se creía que las fuerzas «buenas» eran la causa de todo lo que les daba felicidad, alegría y bendiciones. Mientras a las fuerzas «malas» se les daba, entre otros, el nombre de «diablo», las fuerzas «buenas» eran, del mismo modo, denominadas «dioses». Y con esta orientación, el hombre terreno tenía momentáneamente explicación suficiente para la gran pregunta de la vida. Esta explicación de la causa del «mal» y del «bien» en el mundo era, precisamente, análoga a lo que ellos mismos experimentaban en su vida cotidiana. Experimentaban que había hombres «malos» (sus enemigos) y hombres «buenos» (sus amigos). Para el hombre primitivo era incomprensible que algún estado mental o alguna vida pudiesen desarrollarse de otra manera que, precisamente, con los dos grandes rasgos fundamentales «amistad» y «enemistad». Que estos dos rasgos fundamentales de la vida del ser vivo tenían que convertirse en el material principal o sustancia básica de las fantasías o de la idea que este hombre primitivo tenía que crearse de la Providencia es, por lo tanto, natural. La Providencia, es decir, las fuerzas «buenas», fueron, desde el punto de vista mental, modeladas exclusivamente según los hombres terrenos, fueron dotadas y embellecidas con todos los fenómenos y cualidades que el hombre de entonces podía concebir como ideales, mientras las fuerzas «malas» fueron dotadas con todos los horrores y crueldades de la oscuridad física y psíquica que la fantasía de este mismo hombre podía concebir. Que hubiera guerra entre las fuerzas «malas» y «buenas», entre «dioses» y «diablos» era, claro está, natural. En este estadio pasado era imposible imaginarse un estado en que esto no tuviera lugar. ¿Con qué podía si no un ser belicoso asesino o sangriento como el hombre terreno fundamentar otra forma de existencia? Estaba imposibilitado de tener un material así. La moral de estos hombres era también la conocida moral mortífera, cuyas repercusiones conocemos de nuestra mitología nórdica con la casa de los dioses «Valhala», como centro y residencia de una serie de dioses «buenos». Desde aquí dirigían la lucha contra sus enemigos «los gigantes».


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