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El embarazo y el estado fetal anímico va más allá del nacimiento físico  1606. «Los lazos de la sangre» son, de este modo, un fenómeno psíquico que no está condicionado exclusivamente por el parentesco familiar carnal o corporal. En los seres este parentesco puede incluso a veces demoler o disolver totalmente dichos lazos. Tanto padres e hijos como hermanos pueden tenerse una antipatía innata que a veces directamente puede llegar a enemistad mortal contra el parentesco con éste o aquél. En tales situaciones el verdadero parentesco anímico, el sentimiento de familia ha sido socavado y disuelto. Y el parentesco que queda sólo es «el parentesco corporal de familia». Pero esto no significa, naturalmente, que «el parentesco corporal de familia» no desempeñe un gran papel en condiciones normales. En los mamíferos y otras formas muy evolucionadas o superiores de especies animales, «el parentesco corporal de familia» supone un «embarazo anímico» que sigue existiendo después del nacimiento físico. Como el feto todavía está unido con el alma de los padres por una simpatía anímica, después que el embarazo físico en el seno de la madre ha cesado, esta unión hace que los padres sigan percibiendo a la descendencia como algo de ellos mismos que, por consiguiente, tienen que proteger. Y esta necesidad de proteger y este sentimiento del deber con respecto a la descendencia muestra que el parentesco fetal o parentesco del embarazo no cesa con el físico. Y esto es, claro está, algo divino, porque el feto de estos seres superiores está totalmente desamparado, aunque haya pasado el nacimiento físico. Por esto, es bueno que la naturaleza requiera como algo normal que los padres sean los ángeles de la guarda de estos fetos «anímicamente no nacidos». Y mientras estos «fetos» no puedan valerse sin la ayuda de los padres o de sus sustitutos, todavía «no han nacido» de modo correspondiente «anímicamente», son «fetos anímicos». Todo lo que denominamos «niños» y «jóvenes» son, así pues, en mayor o menor grado «fetos anímicos» sometidos a un correspondiente «nacimiento anímico» permanente.


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