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(1591-1938) 
 
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Para el ser femenino en su forma más pura el ser masculino es el objeto de interés que todo lo eclipsa y condiciona la vida, del mismo modo que el ser femenino lo es para el ser masculino en su forma más pura. Ambos constituyen el uno para el otro el último resto del paraíso, que una vez abandonaron, en estado latente  1602. Como el principio «femenino» en su forma más pura da lugar a una estructura orgánica que hace que el ser experimente un deseo vital de sentirse vinculado a un ser «masculino», este ser se convierte, de manera correspondiente, en un objeto cuyo interés domina totalmente su vida cotidiana, del mismo modo que el ser «femenino» es un objeto de interés para el ser «masculino». Este ser lleva dentro de sí un apetito o hambre que sólo puede saciarse o satisfacerse convirtiéndose en uno sexualmente con el ser «masculino». Por consiguiente, tiene que tener a este ser como la pareja de su vida. Así pues, tampoco es bueno para «Eva» estar sola. El ser «masculino» es una condición vital para el ser «femenino» en su forma más pura, del mismo modo que el ser «femenino» es una condición vital para el ser «masculino» en su forma más pura. Mientras la estructura orgánica «masculina» crea el deseo de «poseer» a un ser de sexo contrario, la estructura orgánica «femenina» crea, al contrario, el deseo de «ser poseída» por un ser de sexo contrario. Desarrollar entrega y sometimiento para con el ser «masculino» forma parte de la estructura orgánica «femenina». Y es debido a esta actitud mental que el organismo del ser «femenino» o «mujer» es de una naturaleza más endeble que la del «hombre». Mientras el organismo de éste está destinado a tener que defender a la pareja y a la descendencia frente al entorno, el organismo de «la mujer» está más bien destinado a ser defendido, del mismo modo que también es el organismo de «la mujer» el que es instrumento para el desarrollo y alimentación del embrión y del feto y en esta situación tiene, naturalmente, que tener protección. El ser «femenino» en su forma más pura depende, en realidad, totalmente del ser «masculino». Es natural que este ser sea el objeto de interés al cien por cien para el ser «femenino» en su forma más pura. Y como sucede lo mismo con todos los otros seres «femeninos», estos seres son rivales ante este objeto de interés. Y la orientación sexual crea, por consiguiente, aquí, al igual que en el ser «masculino», la base para esta rivalidad y los consiguientes celos y sensación de «derecho de propiedad». Sentir simpatía por el sexo contrario y antipatía por su propio sexo es, por lo tanto, el absolutamente único y fundamental camino práctico y psíquico que existe para cada una de las dos categorías sexuales de seres en su estado más puro. Su manera de percibir o experimentar la vida es su condición de vida, es su instinto de conservación. El ser «masculino» se convierte así para el ser «femenino» en el último rayo del cielo o del «paraíso» que ambos abandonaron una vez. Y se aferran a este rayo del cielo que el uno es para el otro. Se abrazan a su luz. Este rayo es la luz celestial o antorcha sobrenatural de estos dos seres a través de la esfera de la oscuridad. Es un reflejo del cielo, es la gloria luminosa de Dios en las zonas del reino de la muerte. Es un recuerdo sobre un ser, del que el hijo de Dios encantado o «príncipe hechizado» del cuento o aventura de la vida ya no se acuerda. «El Padre eterno» ha desaparecido en la oscuridad del olvido. Ya no está en la zona del pensamiento despierto con conciencia diurna del hijo de Dios hechizado o de «Adán» y de «Eva».


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