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(1053-1590) 
 
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La sexualidad de los seres se acentúa con la transformación de los polos, pero en su naturaleza evolucionada no es peligrosa, ya que ha eliminado "el principio de los dos sexos" y, con ello, el deseo de propiedad y los consiguientes celos, persecución y guerra o todo el presunto "mal"  1561. ¿Habrá, entonces, sexualidad en este estado transformado de la humanidad terrena? Sí, naturalmente. Los seres no han perdido sus polos sexuales. Y como la transformación sólo ha consistido, precisamente, en que el polo sexual, que antes era latente en el ser, es decir: el polo masculino en la mujer y el polo femenino en el hombre, ahora se ha desarrollado totalmente, la sexualidad del ser no ha disminuido en absoluto, sino que, al contrario, se ha intensificado de manera correspondiente. Pero aquí esta sexualidad intensificada no es de ninguna manera peligrosa, ya que no puede crear deseo de propiedad y, por consiguiente, tampoco puede crear envidia, celos ni otras de las causas del presunto "mal" que de ahí se derivan y bajo las que el hombre terreno gime y suspira. Con el desarrollo total de esta nueva sexualidad cesan tanto todos los dramas matrimoniales o sexuales, las relacionas amorosas desdichadas, la perversidades, el sadismo, etc., como las guerras y las revoluciones, los procesos por asesinato, el gangsterismo y el ambiente de opresión, miseria, enfermedad y desesperación que envuelve en mayor o menor grado la vida cotidiana. Todos estos fenómenos se mantienen, claro está, exclusivamente por medio del "principio" sexual "de los dos sexos", que animan orgánicamente al individuo con el "deseo de propiedad" en su forma más pura, es decir, el deseo al cien por cien, imposible de dominar, de "mejor recibir que dar", y especialmente en una zona de seres del mismo parecer, en la que este deseo es, directamente, una condición de vida. Que aquí tengan que surgir toda clase de formas de guerra, y la zona tenga que convertirse, con ello, en la residencia del "principio mortífero" es, naturalmente, obvio.


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