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La parte de luz del ciclo de espiral o "reino de la vida" y su estructura especial  1447. Del mismo modo que "el reino de la muerte" domina y gobierna en una de las dos mitades del ciclo de espiral, "el reino de la vida" domina y gobierna en la otra mitad de este ciclo. Esta mitad de la espiral aparece junto al "reino de la muerte" o "reino animal", pero aquí está totalmente latente o manifestándose en su despliegue menor. Pero a medida que "el reino de la muerte" ha ido culminando en el hombre terreno, el "reino de la vida", que estaba latente, comienza a moverse. Y a este movimiento lo conocemos, a su vez, como la conducción de los seres por todos los profetas y redentores luminosos del mundo hacia "el humanitarismo" y "el amor al prójimo". Y es este movimiento lo que, a lo largo de cientos de años, se ha manifestado a través de las tres grandes religiones mundiales: el budismo, el islam y el cristianismo. Lo central de este movimiento no es hacer evolucionar a los hombres para que se conviertan en "guerreros" o "señores". Todo lo que forma parte de esto pertenece exclusivamente a la zona de la oscuridad o "reino de la muerte". Este reino consiste en los fríos muros de granito de la muerte mental que todavía mantienen a los seres encerrados en la fría esfera sin conciencia cósmica de la ignorancia y la ingenuidad. El objetivo absoluto tras las religiones mundiales o el impulso mundial cósmico es, claro está, "el humanitarismo absoluto" o "amor al prójimo". Todo lo que va en este sentido es, de este modo, un crecimiento de la luz o una estimulación de la salida del ser del "reino de la muerte". Es "la resurrección" cósmica del ser o su regreso a la verdadera vida. En esta vida ya no se encuentra más como "uno con la materia" o "lo temporal" ni cree que es un ser "mortal". Entonces sabe que por sí mismo es "la eternidad" y, con ello, el eterno creador en su propia conciencia del espacio, el tiempo y la muerte y, a través de ello, "uno con la Divinidad" o "el Padre eterno". Y es en este incipiente ambiente de resurrección o en este principio de despertar a la vida que encontramos al hombre terreno. Al mismo tiempo que los detalles fríos y desagradables del oscuro "reino de la muerte" comienzan a alcanzar su florecimiento otoñal, comienza a brotar en el hombre terreno una nueva mentalidad. Este brote son los primeros incipientes síntomas primaverales del "auténtico reino humano". Y el tiempo pasa rápidamente. La luz y el calor están cada vez más próximos para, finalmente, cubrir totalmente a cada hombre terreno, uno tras otro, con su verano divino que comunica calor, en el que todo está bañado en la resplandeciente luz del amor. Y aquí ya no hay celos, ya no hay envidia, ya no hay amor no correspondido. Los seres vivos ya no gimen aquí en el cenagal o las situaciones dolorosas de "los matrimonios desdichados". Aquí no hay ningún niño huérfano o sin hogar, que esté a merced de la misericordia de otros. Aquí no hay nadie que se abra paso a codazos a costa de otros. Aquí no hay ningún esclavo, ni camuflado ni manifiesto. Aquí no hay ninguna guerra ni mutilación, ningún odio ni ninguna venganza. Y aquí no hay "ninguna muerte" y, por consiguiente, tampoco hay ningún "temor a la muerte", del mismo modo que aquí tampoco hay nadie que gima bajo el dolor y el sufrimiento. Y aquí ya no hay nadie al que se dé a luz con dolor. Sino que la vida brilla, resplandece e ilumina. Todos aman a todos. Pero este amor no es ninguna manifestación de educación adiestrada por temor a las leyes o una amabilidad de rutina. No es un cumplimiento frío y cerebral de preceptos morales formulados teóricamente, con los que uno puede adornar su propia, minúscula persona e, igual que los fariseos, agradecerle a Dios que uno no es como "los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros…" regocijándose así de su egoísta resplandor creado por él mismo.


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