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Una imagen de la actitud muerta o sin vida que el hombre terreno tiene hacia su existencia eterna. La Divinidad o la verdad absoluta  1446. Pero imagínense qué zonas tan fantásticas de la vida o de "lo vivo" que percibe como "muertas" y qué parte tan pequeña y microscópica de esta inmensa zona de vida o universo que percibe como "viva". Si, por ejemplo, una pequeña célula de nuestro organismo se considerase a sí misma y a células semejantes como siendo la máxima y única "vida" de nuestro organismo, y considerase que el resto del mismo organismo, tal como corazón, pulmones, hígado y glándulas, o incluso el propio "ser vivo", que constituimos con el conjunto de nuestro organismo, eran fuerzas "muertas", tenemos una imagen de la actitud del hombre terreno y su relación con la vida verdadera o eterna, con la Divinidad o Providencia y, con ello, con la verdad absoluta y eterna.
      Igual que esta célula, si pudiera razonar, pretendería que no existía ningún hombre, o mejor dicho, ningún ser vivo superior a ella misma, sino que el resto del organismo, que es su universo, sólo era materia "muerta" o fuerzas de la naturaleza sin vida, el hombre terreno materialista también pretende que no hay ninguna forma de vida en el universo que sea superior a él mismo y que, como consecuencia de ello, no hay vida en otros planetas ni mundos del universo, que, claro está, es el organismo en el que él mismo es "célula". En verdad que "el ser muerto" sólo puede ver "cosas muertas" y tiene, por consiguiente, que adorar a "la muerte" en vez de a "la vida". Y así se comprenden mejor las palabras del redentor del mundo cuando dice: "… dejad que los muertos entierren a los muertos".


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