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Por qué los seres dejaron de tener conocimiento sobre las facultades para orientarse en "el mundo de la oscuridad" y se convirtieron en "seres de instinto" o "plantas"  1433. Anteriormente ya hemos mencionado en "Livets Bog" el primer "acontecimiento del paraíso", es decir, el que se menciona en la Biblia. Hemos visto que se debía exclusivamente a la circunstancia de que los seres vivos habían vivido tanto tiempo en las más altas zonas de existencia de la luz, allí la ley del amor al prójimo había sido "conocimiento-C" a lo largo de un inmenso espacio de tiempo, había sido función automática, había sido algo que los seres hacían como algo natural, porque de hecho no podían de ninguna manera hacer otra cosa. Al mismo tiempo que los seres a través de ciclos de espiral anteriores habían convertido el amor en "conocimiento-C", su conocimiento con conciencia diurna despierta, basado en experiencias sobre el odio y sus efectos, sobre lo que sabían con respecto a las reacciones de la oscuridad era, claro está, totalmente innecesario. La sabiduría, que hoy es tan necesaria para el hombre terreno para que por medio de ella pueda fundar lógicamente su voluntad y, de este modo, estimularla para que ignore el odio o el enojo hacia esta o aquella supuesta injusticia de que ha sido objeto por parte del prójimo y para que finalmente lo anime a perdonar a este prójimo, se convirtió poco a poco en totalmente innecesaria. En una zona en la que el amor al prójimo es una función automática en la manifestación de todos los seres, no hay ni que pensar en establecer ninguna protección o "preparativo de defensa". Cuando uno no puede ser perseguido ni agredido por ningún semejante, ya que es amado por estos tanto como se ama a sí mismo, no necesita, claro está, ningún conocimiento sobre lo que tiene que hacer para protegerse contra esta o aquella maquinación o atentado destructivo por parte del prójimo contra su persona y sus bienes. En las regiones de la luz, que más concretamente son lo mismo que "el mundo divino" y "el reino de la bienaventuranza", que en el ciclo de espiral se adentra como quien dice en "el reino vegetal", donde "la caída del primer hombre" de la Biblia comenzó a tener lugar, uno no necesitaba, así pues, cavilar sobre cómo protegerse de "los ladrones", "los enemigos" o las fuerzas violentas, o sobre cómo, en resumidas cuentas, ganarse la vida. Allí no había envidia de las ganancias de los otros, no había envidia ni codicia, no había ninguna necesidad de formas estudiadas, ni intelectuales ni no intelectuales, de abrirse paso a codazos a costa del prójimo. Aquí todos vivían exclusivamente para una cosa: servir a todos. Aquí, en el ciclo de espiral, vemos por lo tanto exactamente la forma de vida, la región de luz hacia la que la humanidad terrena de hoy va evolucionando cada vez más para desear de todo corazón, y ya expresa este deseo con su grito por una "paz duradera". Esta expresión oculta solamente el sueño y el más profundo anhelo de los hombres de la gran luz o del "paraíso" que una vez "se perdió". Pero en este "paraíso" fue necesario, claro está, que todo uso de facultades para protegerse contra "el mal" o "la oscuridad" degenerara y muriera. Las funciones orgánicas, que no se usan y, por consiguiente, no se cuidan, tienen finalmente que cesar. Si los seres vivos son encerrados durante años en una gruta subterránea, donde no hay ninguna luz natural en absoluto, pierden la vista, del mismo modo que si uno ata su brazo al cuerpo, de modo que no se pueda mover, y lo mantiene así atado durante años, también pierde inevitablemente la aptitud de moverlo. Todos los órganos, que se convierten en superfluos o que no se usan, mueren por sí mismos. Así es la ley de la vida. Y no es tan extraño que los seres a la salida del "mundo divino" y del "reino de la bienaventuranza" hayan perdido, como quien dice, la pericia y la facultad de orientarse en el mundo de "la oscuridad". No tienen la menor idea de que hay algo que es "malo". No conocen ningún tipo de sufrimiento. Son autómatas vivos del despliegue de luz. Este despliegue de luz ya no tiene, por consiguiente, lugar con ninguna voluntad con conciencia diurna despierta, sino que sucede de una manera totalmente automática. Este automatismo mental es lo que conocemos como "instinto". Y los seres, cuya mentalidad está dominada por "el instinto" en su forma más pura, aparecen aquí, en el ciclo de espiral, como "plantas".


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