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No fue extraño que los sumos sacerdotes del pueblo más atado del mundo al matrimonio crucificaran al redentor del mundo o a una encarnación tan evidente del "amor al prójimo"  1429. Según lo que antecede, no es extraño que los sumos sacerdotes de una nación con una circuncisión prescrita por la ley y, con ello, representando uno de los pueblos del mundo más atados al matrimonio, crucificaran al redentor del mundo. Era, claro está, "la serpiente" de su "paraíso" en persona de carne y sangre. No quiso participar en la lapidación de "la mujer que fue sorprendida en adulterio". Inició una larga conversación con una mujer que había estado casada cinco veces y ahora vivía con un hombre, con el que no estaba casada. Además, él mismo vivía de una manera que, al no estar casado, no estaba de acuerdo con el ideal matrimonial judío, aparte de la simpatía y el amor en el que, por naturaleza, incluía tanto a seres de su propio sexo como del sexo opuesto. Amar a su prójimo como a sí mismo debía de ser en sumo grado "la fruta prohibida" en "el paraíso" del matrimonio. La enseñanza de este ideal tenía que ser de modo correspondiente estimular a "la serpiente" y, con ello, una "tentación diabólica". Tenía que ser, claro está, llevar a los seres a la perdición. Aniquilar a este "inmoral" o a este "seductor" o "tentador" tenía que ser una tarea que, para los sacerdotes y autoridades eclesiásticas de la ley de Moisés, debía ser absolutamente santa, dejando aparte el temor que tenían en relación con el hecho de lo que iba a pasar con su propia posición social, su poder y reputación si no era eliminado.


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