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El hambre y la saciedad, el instinto de conservación y los consiguientes esfuerzos del incipiente "animal" tienen por objeto seguir manteniendo el contacto entre el hijo de Dios y el mundo divino durante su paso por las zonas de la oscuridad  1224. Pero el ser todavía no era un ser que podía "ver" y "oír". Las reacciones de su contacto con el medio exterior se manifestaban, por consiguiente, en su conciencia como un tipo especial de "sensaciones agradables" y "sensaciones desagradables" que, poco a poco, llegó a estar en condiciones de percibir como "hambre" y "saciedad" respectivamente. Esta "saciedad" del "hambre" o categoría de "sensaciones" se había convertido aquí, en el mundo físico, en una exigencia despiadada, que el ser no podía dejar de satisfacer si no quería como consecuencia "la muerte" del organismo. Era esta exigencia lo que Dios le había anunciado a "Adán" con la fórmula: "Comerás el pan con el sudor de tu rostro" y que hoy se expresa como "el instinto de conservación" del animal. En su primer origen este "instinto de conservación" se manifestaba y era experimentado como "clases de sensaciones" burdas y sin detalles, a las que todavía no se habían anudado "sensaciones visuales" o "auditivas". Pero de estas "clases de sensaciones" burdas citadas se desarrollaron poco a poco "sensaciones gustativas" y "olfativas". Pero "el instinto de conservación", y el consiguiente esfuerzo o lucha para el desarrollo de estas "sensaciones" vitales, no habría tenido ningún sentido si la vida que, con ello, se mantenía no tuviera un grado mayor de "clases de sensaciones" que ofrecer. Si la vida, que el ser sólo podía mantener o estimular en virtud de los esfuerzos hasta "el sudor", únicamente podía ofrecer una existencia perezosa o apática de sueño o descanso tras los esfuerzos, habría sido mejor que "Adán" o el ser vivo se hubiera quedado en "el sueño profundo" o "existencia durmiente" (reino vegetal), en el que se encontraba durante la creación de "Eva".
      Es cierto que "descanso" o "sueño" tras los esfuerzos también es, naturalmente, una especie de "sensación agradable", pero no es ninguna ventaja especial para su existencia originaria, dejando aparte su significado para el mantenimiento del organismo. Esa clase de "sensaciones agradables" las tenía el ser, precisamente, en demasía en su existencia preterrena o estado celestial en "el reino de la bienaventuranza". No, los esfuerzos desencadenados por "el instinto de conservación" no eran únicamente para procurarle al ser "sensación de cansancio" y la consiguiente exigencia de sueño y descanso, este fenómeno sólo era una cosa secundaria en la vida del ser, estos esfuerzos eran, al contrario, en muy alto grado para preservar y sustentar al ser en una vida que pudiera seguir estando en contacto con el mundo celestial, una "clase de sensaciones" sobrenaturales a partir de las cuales el ser pudiera continuar teniendo una conexión con el Padre eterno y así llegar al conocimiento de su propia identidad divina o de hijo de Dios y a la experimentación de su origen eterno, divino. Todo este aspecto de la conciencia, la experimentación de la culminación de la vida misma, lo había vivido, ciertamente, en una espiral anterior, ciertamente, lo había vivido totalmente y transformado en función automática o conocimiento-C, pero este estado de conciencia cósmica ya no existía en su conciencia como "conciencia diurna despierta". Y fue en virtud de este estado "sin conciencia cósmica" o debido a la pérdida de su conciencia cósmica diurna que ahora era un ser sin recursos psíquicos que tenía que seguir una llamada divina, a través de la cual podría adquirir de nuevo conciencia de su naturaleza celestial o sobrenatural y eterna.


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