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(1053-1590) 
 
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Por qué en la tradición heredada del pasado el ser masculino sigue siendo denominado con el concepto "Adán", aunque no era "el Adán" originario  1193. El hecho de que en la tradición heredada del pasado al ser "masculino" se le siguiera denominando "Adán", mientras que el ser "femenino" fue considerado como el ser "nuevo" y recibió el nombre de "Eva", indica solamente que el ser "masculino", en cierta manera, conservó temporalmente el resplandor exterior del antiguo "Adán". El principio "masculino" del ser abre, claro está, la base para la superioridad puramente material o imagen independiente del ser en relación con el mundo exterior. Y así este "nuevo Adán" tenía una gran semejanza externa con "el Adán" anterior, que no sólo tenía en sumo grado una imagen independiente en relación con el mundo exterior, sino que en realidad era la encarnación misma de la independencia en virtud de su "facultad de autofecundación". Aquí sucedía que "el nuevo Adán" tenía que divergir del precedente en el hecho de depender de otro ser. Mientras "el ser masculino" todavía conservaba un resplandor del estado de luz precedente de "Adán", la situación del "ser femenino" era distinta. Como el principio "femenino" supone inferioridad o una dependencia que puede encajar exactamente con la superioridad e independencia del ser "masculino", necesita, de este modo, a este ser como "protector" y diverge, así pues, mucho del "Adán" precedente, es más, incluso era en gran medida el contraste u oposición material a este. Por esto no es extraño que al "ser femenino" se le señalase inmediatamente con otro nombre, mientras "el ser masculino" conservase en la tradición la denominación originaria del ser vivo o el nombre de "Adán".
      Así hemos visto cómo la tradición divina no sólo es un hermoso cuento de la vida real, sino que simultáneamente constituye la verdad absoluta, contada de una manera tan genial que es pan y alimento para la persona simple al mismo tiempo que es un saludo divino de los sabios del pasado al ser cósmicamente consciente del presente que, habiéndolo visto por sí mismo, posee de antemano la solución más profunda o verdad absoluta del misterio de la vida.


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