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"Adán" y "Eva" estaban hartos de "la luz". La Biblia confirma el ciclo y revela que la incipiente vida en la Tierra ha tenido un "pasado" cuya zona de culminación no ha podido estar en la Tierra  1179. ¿Qué era aquello de que estaba saciada la incipiente vida ("Adán" y "Eva" antes de la caída)? ¿De qué sentían asco? ¿No era, precisamente, del "disfrute de la fruta de los otros árboles del paraíso"? Pero "los otros árboles del paraíso" sólo podían ser, en un sentido absoluto, lo que en la experimentación de la vida o ciclo era un contraste al "disfrute del árbol de la ciencia", es decir, a la experiencia y manifestación del principio mortífero, al disfrute de la carne y la sangre, al sentimiento de odio o venganza, al hecho de "matar" a su prójimo en vez de "darle vida". ¿Qué otra cosa podía ser? Pero que "Adán" y "Eva" (la primera e incipiente forma de vida en la Tierra) tuvieran hambre o un deseo muy fuerte del principio mortífero, convierte, así pues, en un hecho que estaban hartos de lo contrario o contraste al principio mortífero: el amor, es decir, del amor universal o amor al prójimo. Esta forma de vida estaba degenerando en "Adán" y "Eva". Pero, de este modo, "la Biblia" expresa y confirma los análisis cósmicos de "Livets Bog" sobre el ciclo o espiral. Nos cuenta, aunque de un modo adaptado al ser simple o todavía primitivo desde el punto de vista cósmico, que este ser en la incipiente vida en la Tierra ha tenido un "pasado", y que este "pasado" no puede haber tenido su verdadera culminación en el ámbito de la Tierra. Toda incipiente vida en la Tierra es vida espiritual en degeneración que aspira a una culminación material y física. Se concentra en un anhelo o un deseo de lo contrario al amor al prójimo, que inevitablemente tiene que manifestarse en el desarrollo del "egoísmo" que, a su vez, es el nervio vital del denominado "instinto de conservación" animal y que todavía domina en toda la vida física, terrena.


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