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La simpatía normal del hombre terreno o sus desarrolladas ganas de acariciar a seres fuera de la zona sexual puramente matrimonial, tal como seres de su propio sexo, y sus ganas de acariciar animales no es una sexualidad "unipolar", no es enamoramiento ni amor erótico  1144. Como ya hemos mencionado, "la nueva sexualidad" o amor al prójimo no puede existir sin ser una función orgánica del mismo modo que "la sexualidad" unipolar. La tendencia del hombre terreno a amar y acariciar fuera del dominio de "la sexualidad unipolar" es una función orgánica nueva. Cuando los compañeros o amigos se dan calurosamente la mano o se abrazan con la alegría de la compañía mutua, es más, incluso se besan, lo que busca una satisfacción no es "la sexualidad unipolar". Lo que se hace valer no es una atracción hacia un "sexo" especialmente "contrario". ¿Y no es la misma situación cuando los hombres en general tocan y acarician o miman a los animales? Toda esta necesidad de simpatía o despliegue de caricias no tiene, claro está, nada que ver con la atracción que un "ser masculino" siente hacia un "ser femenino" o la atracción que este último ser siente hacia un "ser masculino". Al contrario, se despliega totalmente fuera de la naturaleza sexual común u ordinaria. ¿No es precisamente por esto que este despliegue de simpatía o de caricias ha recibido el nombre de "compañerismo" o "amistad", y en su forma más perfecta de "amor"? Donde la simpatía surge como una atracción hacia "el sexo contrario", esta simpatía se expresa como "amor erótico" o "enamoramiento". Pero la necesidad que un hombre terreno siente de acariciar animales no es en su forma normal "amor erótico". No es un "enamoramiento" basado en un deseo secreto de llegar a un acto de apareamiento o placer sexual con el objeto del enamoramiento. Es cierto que en situaciones concretas puede, no obstante, presentarse debido a un deseo así, pero entonces sólo manifiesta una perturbación en la vida anímica del ser, surgida por falta de una satisfacción sexual normal. Es el viajero sediento del desierto que, a falta de otra cosa, se arroja sobre el primer hediondo lodazal que encuentra para satisfacer con su humedad la sed de agua que amenaza su vida. Pero no es a partir de las excepciones o de los casos anormales y enfermizos que hay que formular los análisis de la vida. Sólo los fenómenos normales y generales pueden ser una expresión de la verdadera vida. Y afortunadamente forma parte de las excepciones que la simpatía del hombre terreno hacia los animales pueda remitirse al "amor erótico" o "sexualidad unipolar".


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