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El relato del paraíso con su "serpiente", "la caída del primer hombre" y "la maldición" de la Tierra por Dios expresan, en realidad, una radiante manifestación de luz. "La serpiente" es el primer redentor del mundo de la humanidad terrena   975. Que lo que hoy llamamos "oscuridad" o "el mal" ha sido una vez para la humanidad terrena una meta tan enormemente anhelada o deseada como la luz lo es hoy, es confirmado en alto grado, como acabamos de ver, por la narración de "la caída del primer hombre" y la del "hijo pródigo". Ambos relatos cuentan sobre el hombre en la luz y su caída en la oscuridad y su regreso a la luz. Pero cuando la oscuridad ha sido una vez, de este modo, un fenómeno deseado, absolutamente necesario, su existencia fue, claro está, una bendición. Como el conocimiento sobre la oscuridad es lo mismo que el fruto del "árbol de la ciencia", y Adán y Eva o la humanidad sin este "fruto" no habría podido alcanzar de ninguna manera la deseada saciedad o experimentación de la culminación de la oscuridad, que era necesaria para que la luz de nuevo pudiera convertirse en funciones deseadas de la conciencia diurna despierta o experimentación, este "fruto" fue igualmente una bendición. Cuando "la serpiente" ayudó a Adán y Eva necesitados o a la humanidad terrena hambrienta del mismo fruto, "la serpiente", también llamada "diablo" o "el mal", se convirtió, de este modo, en la bienhechora de la humanidad o en una ayuda en la necesidad. Fue el primer "redentor del mundo". "La seducción" de Eva por el "diablo" o "serpiente" fue, así pues, una bendición para esta humanidad. Esto lo confirman además las propias palabras de Dios a Adán y Eva tras "la caída", estas palabras se expresan como su "maldición" de la Tierra. Como Adán y Eva (la humanidad terrena) estaban en un estado mental en el que su conciencia diurna estaba moribunda debido a la falta de contrastes a su existencia en la luz, "la maldición" de la Divinidad sólo puede considerarse, claro está, como una bendición. En realidad era para ellos una promesa de que todas las cosas que existían como un contraste a la luz, y que para ellos en ese determinado momento eran una condición de vida, tendrían precisamente que sucederles. Qué hermosa tiene que haber resonado en sus oídos esta voz divina, llena de promesas. Enterarse de que se les darían todas las cosas de las que tenían hambre y sed de una manera colosal sólo podía ser un suplemento a la gran promesa divina que ya previamente había resonado en sus oídos: "Creced y multiplicaos y llenad la Tierra y enseñoreaos de ella, y dominad a los peces del mar, y a las aves del cielo y a todos los animales que se mueven sobre la Tierra". ¿No creen que lo que aquí se les anunció era el cumplimiento de todos los deseos de Adán y Eva? Que a uno le prometan o le ofrezcan que sus deseos serán cumplidos sólo puede ser una noticia agradable. Toda la narración del Paraíso Terrenal con su "serpiente", "caída del primer hombre" y "maldición" de la Tierra por Dios ha sido primordialmente una única manifestación de luz, una primera vivificación del propio principio divino del amor que domina todo el ciclo de espiral y, de este modo, es el fundamento inconmovible del universo y constituye con ello el ideal o modelo infalible de toda forma de creación, manifestación o conciencia absolutamente perfecta. Es nada menos que una fase de la misma luz divina sin la que ningún ser puede vivir y que, por consiguiente, en forma de una "paz duradera" es la meta anhelada para todo el despliegue de energía humana terrena.


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